Gerardo Moscoso Caamaño

Es evidente que el mundo está cambiando tanto en tan poco tiempo que hoy los conceptos clásicos de derecha e izquierda parece que quedaron superados. 

Sí, puede que sea una división demasiado esquemática, demasiado rígida, cuando de todos es conocido que en el mundo actual dominan la pluralidad, el matiz y, en nuestro país, actualmente, la confusión. Pero una cosa es reconocer que las clasificaciones anteriores hoy pudieran resultar arcaicas y otra el creer que eso confluye en un pozole turbio y sin perfiles, en un residuo indefinido e intercambiable. 

Al contrario: continúan existiendo las diferencias. 

No todas las actitudes personales son iguales en cuanto a su reflejo en la sociedad. Menos que nadie, en la desgastada clase política mexicana: “por sus obras y su verborrea, los conoceréis”. Radical: ésa es una palabra que me gusta, un término que creo que sigue intacto y que puede definir cierta manera de comportarse frente a la vida. Radical, en el sentido estricto de ir a las raíces de las cosas, de intentar observar el armazón del mundo.

De esa radicalidad hay que decidir y tomar partido, “partido hasta mancharse” como dice el poeta Gabriel Celaya; porque siguen existiendo bandos enfrentados y si no te decides, ya vimos lo que está ocurriendo: otros incapaces decidirán por ti. Desde esa radicalidad, en fin, quedan muchas batallas todavía que librar. 

Algunas de ellas son urgentes y graves: como el avance de la derecha neofascista en el mundo, las reformas políticas, de salud, educación, ciencia, cultura, seguridad y energéticas en México, la proliferación de la pobreza en los países en vías de desarrollo, etc., etc. Sigue habiendo simuladores y sinceros, explotadores y explotados, verdugos y víctimas, progresistas y reaccionarios.

El mapa de la maldad social hoy ya no está sujeto a planillas ideológicas.  Un izquierdista “de toda la vida” puede comportarse como un reaccionario impresentable, mientras que un generoso burgués puede impulsar medidas progresistas. Se acabaron las fórmulas: hay que investigar la realidad en cada caso, estudiar los programas y sacar conclusiones personales.  Es un proceso mucho muy complicado y más incierto, pero también mucho más honesto y saludable.  Esto es urgente dada la confusión imperante entre los dirigentes de la llamada 4T.

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