Gerardo Moscoso Caamaño

A estas alturas ya no sabe uno a que hay que tenerle más miedo en la vida pública, si al ceño fruncido de los injustos o a la mueca y a la risa estúpida de los tontos, de los necios. Hace muchos años, en una clase escuché a mi maestro de historia universal, Pablo Salinas Pérez, afirmar xque una cosa que no suelen tomar en cuenta los historiadores era el peso de la simple y gigantesca estupidez humana, de la capacidad que tienen algunos imbéciles que ocupan posiciones de muy alto nivel de responsabilidad en la política, de provocar catastróficas desgracias. 

Preferimos pensar que los responsables de los grandes desastres políticos, actúan por un cálculo de inteligencia perversa, ya que esto nos permite creer que en el fondo de todo hay una intención coherente, una decisión premeditada y de algún modo invencible.  Pero parece ser que no, que los amos de nuestro destino, los que dirigen gran parte de la política de nuestro país, pueden ser mucho más tontos y estúpidos que nosotros, porque pueden cometer las equivocaciones más dañinas, tal vez no por maldad, sino por pendejos, con la mejor intención, con la firme convicción de estar actuando en nuestro beneficio. 

Lo peor de todo es cuando se combinan las acciones de estos “tontos” con las de los malos, las de los populistas, con las de los de la elite, cosa bastante frecuente en la historia, inclusive en el lesionado espacio de la política Estadunidense y latinoamericana.. 

Existen algunos estúpidos aterradores, estúpidos joviales de risa fácil y estúpidos austeros, mesiánicos y densos de ceño fruncido, estúpidos voluntariosos, estúpidos felices con su terreno de poder. 

Este mes de Octubre del 2018, tan lleno de simulaciones y despilfarros, se cumplió el 50 aniversario de una de las mayores violaciones a la dignidad humana y a la democracia de México, incitadas por un cretino que con su arrogancia provocó los resultados más vergonzosos y cruentos en la memoria reciente de nuestro país.   

Los mexicanos somos un pueblo destinado a hacer cosas que maravillen, poseemos, todavía, gran capacidad revolucionaria. 

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