Gerardo Moscoso Caamaño

Entender nuestra propia vida, aceptarla, asumirla, saber lo que somos, dilucidar lo que queremos, aceptar con serenidad lo que ha de venir inevitablemente.

Éstas sí que son metas prácticamente increíbles, pero no imposibles de alcanzar. Dudo que haya habido en la historia una sola persona capaz de comprenderse a sí misma completamente; mientras que, en lo exterior, los seres humanos hemos sido capaces de colocar un satélite en Saturno o un hombre en la luna. Las distancias más difíciles de recorrer son siempre las interiores.

El asunto es que cada quién va creciendo y haciendo lo que puede con sus días. Hay que vivir las etapas de la infancia lo mejor posible, y luego la adolescencia, y luego la juventud, después la madurez, y luego la vejez, y después, al fin, la muerte. Todos vivimos nuestras vidas enfrente de los otros; todos crecemos con testigos. Se trata de una hazaña solitaria que se realiza en público.

Aunque solo fuera por eso, deberíamos esforzarnos, de verdad, en vivir nuestras vidas con un mínimo de respetabilidad, dignidad y honradez. Hay personas que, como Nichiren Daishonin o Santa Teresa o, por ejemplo, Pablo Neruda, consagraron parte de su vida a dar testimonio de lo que es vivir: Esto es, reflexionaron sobre lo que son y luego lo cuentan. Con frecuencia medito en esto cuando descubro esa enorme presión de nuestra sociedad, de nuestra familia, de nuestro trabajo y, en pocas palabras, de nuestro entorno, para que seamos más ricos, más “exitosos”, más “triunfadores”.

¡Qué estupidez basar el éxito únicamente en lo público, en lo profesional, en lo palpable... en el dinero! ¿Qué mayor triunfo y éxito puede haber que el de vivir la vida con modestia, con sencillez y congruencia, con vocación de servicio, conscientes de nuestra naturaleza de ser sabiendo crecer y envejecer y en un futuro morir tranquilo y con dignidad? La felicidad duradera tampoco es la ausencia de problemas.

Hay que ser conscientes de que la ley de causa y efecto es ineludible, tenerla siempre presente, porque…. de este burdel, nadie se va sin pagar la cuenta.

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