Xavier díez de Urdanivia

A Eliseo Mendoza Berrueto
In memoriam

Hace ya muchos años, la extinta revista “Contenido” publicó, condensado, un libro de Armando Ayala Anguiano: “El día que perdió el PRI”. Era un ensayo de ficción, acerca de un acontecimiento entonces inimaginable.

Esa ficción se ha vuelto historia, pero también se ha convertido, a la luz de los resultados recientes y en opinión de muchos analistas, en un pronóstico ominoso: la desaparición de ese partido, y de otros.

No es una visión descabellada, a juzgar por los resultados de los más recientes procesos electorales, que habían generado expectativas, esperanzas, pronósticos y, a la postre, triunfalismos y decepciones. Lo cierto, a fin de cuentas, es que, de seis gubernaturas en juego, Morena ganó 4, mientras que el PRI y sus aliados sólo dos.

Las alarmas debieron haberse prendido, pero en el PRI no lo hicieron. La reacción del presidente de su Comité Ejecutivo Nacional, Alejandro Moreno, fue pasmosa: a pesar del resultado y con un triunfalismo que no cabía, exclamó que la Alianza por México, su coalición, le había clavado un dardo en el corazón a Morena.

Algo ha pasado en el PRI que los propios priistas no han querido ver, entre lo que sin duda cuenta esa actitud triunfalista, absurda y obnubilante, y a lo que se suman otras causas, que pueden ser internas, presentes como debilidades, o en el entorno, como amenazas que se ha actualizado en los daños electorales.

Sin pretender hacer un análisis exhaustivo de la situación, vale la pena reflexionar acerca del fenómeno. Lo primero que aparece en el monitor es un claro desencanto generalizado, que se refleja en la escasa concurrencia a las urnas, sin contar, sobre todo en algunas regiones del país, el miedo que infunden los grupos delincuenciales y sus amenazas.

En realidad, los partidos, no sólo el PRI, han decepcionado a los electores y la alternancia lo único que ha dejado es la convicción pesimista de que “todos son lo mismo”, aunque hay que poner un asterisco en esta afirmación, porque dentro de ese “lo mismo” hay rasgos negativos en todos ellos, que han perdido credibilidad, pero, por sus frutos, algunos han evidenciado ser peores que otros.

Hay una severa crisis de credibilidad en los partidos y, por lo tanto, una oportunidad de cambio que abrirá, a aquel que la aproveche, el camino hacia el relevo presidencial en 2024. Ese resquicio ha sido hasta ahora penosamente desaprovechado por una oposición que mira cómo se desvanecen las esperanzas de recuperación de terreno que parecieron anunciar los comicios del año pasado. La razón de ello tal vez estribe en que, vanamente, creyeron que la formación de un frente opositor de membrete bastaría, cuando que lo que falta es una oferta alternativa, realmente creíble y convincente.

Los hechos demuestran que no la hay y que una unión de marcas desprestigiadas no da para mucho.

Se antoja certera la observación de Dante Delgado, un político de viejo cuño, pero capaz de actualizarse, inteligente y con oficio, cuando sostiene que una oposición desarticulada y sólo uniendo sus membretes y distintivos “cómo muéganos”, no basta.

El año próximo habrá elecciones para Gobernador en Coahuila y el Estado de México, dos estados que sólo ha gobernado el PRI, como lo había sido Hidalgo, insuficiente palmarés para asegurar el triunfo. En ambos, los últimos procesos han sido reñidos y todo apunta a que así lo serán los que se aproximan.

No serán suficientes para medir contundentemente las probabilidades de cada participante en 2024, pero podrán aportar algunos indicadores que, de cualquier modo, dependerán de variables todavía indefinidas con precisión, como son, por ejemplo, las candidaturas, pues si bien alguno está en plena campaña, dependerá su participación de la decisión que tome Morena en el Estado de México, que podría no recaer en una mujer.

En medio de todo eso, con Morena gobernando en 20 estados, y un Presidente cuya popularidad no merma ¿realmente podrá “haber tiro” en 2024?