Xavier Díez de Urdanivia

Una de las principales causas de deterioro en la calidad de las relaciones entre los seres humanos en estos tiempos es, sin duda, la deficiente comunicación entre ellos, lo que no deja de ser irónico ante los enormes flujos de información que corren por las redes sociales, es la falta de comunicación.

El desdén por la precisión del lenguaje, aunada a un evidente acendramiento de del egocentrismo como patrón cultural de nuestros tiempos, tiene mucho que ver con ello porque, aunque se tenga una precisa idea de las cosas, hace falta ponerlas en códigos que las reflejen fielmente y permitan, además, que quien recibe el mensaje podrá “decodificarlo” con fidelidad.

Eso se consigue, en primer y principalísimo plano, gracias al lenguaje, que no solo consiste en la posesión de un vocabulario tan rico como se pueda, sino que requiere de una estructura capaz de objetivar la expresión de conceptos para que, sobre todo el pensamiento complejo, sea capaz de desatar las sinergías que permiten la evolución y enriquecen la cultura e impulsa el desarrollo de las civilizaciones. Eso hace la gramática, sin la que el aislamiento y la decadencia configuran el porvenir.

Es gracias a la gramática que los idiomas son posibles; gracias a ella es que el latín vulgar pudo convertirse en castellano, uno de los idiomas que con más brío perviven en este siglo.

Eso es lo que el castellano le debe a Antonio de Nebrija, que compuso su primera gramática.

Por eso vale la pena evocar su memoria en este año cuya muerte cumple quinientos, no solo para rendir homenaje a su aportación, sino -sobre todo- para enaltecer su importancia en momentos en que tan decaída parece estar entre las nuevas generaciones (y también entre las viejas, hay que reconocerlo).

He creído justo evocar su memoria, pero estimo que el mejor homenaje que se le puede hacer, a él tanto como a nuestra identidad, es cultivar ese idioma cuya estructura gramática nació con su obra, y sin menoscabo de su vitalidad, cuidar de que no se deteriore y, al contrario, velar por que se enriquezca.

Podría empezarse, se me ocurre, por evitar tantos barbarismos que innecesariamente pululan, así como los vicios del lenguaje que son cada vez más frecuentes.

Entre los jóvenes, por ejemplo, han hecho mutis los adverbios; ahora es común oír cosas tales como “te oigo perfecto”, en vez de “perfectamente”.

Los vicios son muchos, pero ilustrará bien uno de ellos que se ha hecho frecuente. Sucede que un pintoresco personaje accedió hace ya algunos años a los niveles visibles de la política, y una característica suya era, como es, el “dequeísmo”, que consiste en agregar elementos innecesarios de enlace en aquellas oraciones en las que está de más. Por ejemplo: Aquel que llegó tarde a una reunión convocada para tener lugar temprano por la mañana, al explicar su retraso tendía que decir: “es que me quedé dormido”; mal hará si dice “es de que me quedé dormido”.

La frecuencia de ese vicio propició que quienes no lo presentaban cuidaran, a toda costa, de evitar las ironías y sarcasmo que les acarrearía, como lo hacía con el personaje de marras,  incurrir en él; al intentarlo incurrieron en otro vicio no menos inconveniente, el “queísmo”, que consiste precisamente en lo contrario: Suprimir la preposición “de” en los sitios en que debe ir, como por ejemplo en la oración “quiero hablarte de…”, y no “quiero hablarte que…”, como desafortunadamente se ha vuelto común que ocurra.

Es fácil lograr un correcto uso del lenguaje y no hace falta aprender de memoria todas las reglas de la gramática. Se pueden lograr niveles de corrección aceptables si se consigue automatizar el buen uso de la sintaxis, lo que se logra mejor a través de buenas lecturas que memorizando las reglas gramaticales. La práctica de la buena lectura es amena y abre horizontes nuevos, muy estimulantes para la creatividad y al crecimiento ¿por qué no ensayarla como método?