Xavier Díez de Urdanivia

Se dice que la invasión de Ucrania por fuerzas rusas da lugar a pensar que una nueva edición de la guerra fría es un evento inminente. Yo digo que el riesgo no queda ahí, porque el conflicto puede escalar, por lo que urge buscar soluciones viables para resolverlo cuanto antes y prevenir otros.

Emmanuel Kant formuló, en 1795, una propuesta que, bien vista, permanece hoy en día con total autoridad y vigencia.

Publicó entonces La Paz Perpetua, en cuya Sección Segunda, que intitula Artículos Definitivos de la Paz Perpetua entre los Estados, afirma que la paz entre los hombres “que viven juntos” no es un estado natural, sino que el que lo es, es el de guerra, es decir, “un estado en donde, aunque las hostilidades no hayan sido rotas, existe la constante amenaza de romperlas”, magistral definición de “guerra fría”, producida más de un siglo y medio antes del fenómeno que así fue denominado.

En esas condiciones, cobra actualidad lo dicho por Kant: “la paz es algo que debe ser ‘instaurado’; pues abstenerse de romper las hostilidades no basta para asegurar la paz, y si los que viven juntos no se han dado mutuas seguridades –cosa que solo en el estado ‘civil’ puede acontecer-, cabrá que cada uno de ellos, habiendo previamente requerido al otro, lo considere y trate, si se niega, como a un enemigo”.

Para eso, la solución que vislumbra el filósofo tiene que ver con una “Sociedad de naciones”, que por principio de cuentas debe evitar pretender constituirse en un “Estado de naciones”, en el que, a la par de los derechos de los individuos, se considere “el derecho de los pueblos, unos respecto de otros, precisamente en cuanto que forman diferentes Estados y no deben fundirse en uno solo”.

Cuando la Unión Soviética se transformó en virtud de la perestroika, resurgieron muchas de las naciones artificialmente sometidas por el yugo del poder, y han ejercido, aunque con sobresaltos, ese derecho, que hoy a Ucrania le quiere escamotear el Kremlin.

Creo que sería oportuno –y benéfico– retomar las reflexiones de Kant que, en este punto, propone construir un derecho de gentes basado en una federación de estados libres, nunca un Gobierno mundial, como algunos pretenden para descalificarlo.

Cuando él dice que “todo Estado puede y debe afirmar su propia seguridad, requiriendo a los demás para que entren a formar con él una especie de constitución, semejante a la constitución política, que garantice el derecho de cada uno” , no está proponiendo la creación de un Estado mundial, sino enunciando la necesidad de configurar un sistema que lleve a una paz basada en un orden mundial perdurable, anticipándose con mucho, genialmente se diría, a los tiempos que corren y sus desafíos políticos y jurídicos.

Dice más: “los Estados poseen ya una constitución jurídica interna, y, por tanto, no tienen por qué someterse a la presión de otros que quieran reducirlos a una constitución común y más amplia, conforme a sus conceptos de derecho. Sin embargo, la razón, desde las alturas del máximo poder moral legislador, se pronuncia contra la guerra en modo absoluto, se niega a reconocer la guerra como un proceso jurídico, e impone, en cambio, como deber estricto, la paz entre los hombres”.

Sin embargo, esa paz no podrá construirse, afirma, si no es desde el basamento del pacto entre los Estados, para instituir un verdadero “foedus pacificus”, a la manera en que lo ha hecho la Unión Europea –digo yo– que, tan proclive como ha sido a las guerras a lo largo de toda su historia, las ha evitado por fin, en su ámbito, por ya casi tres cuartos de siglo.

Si la paz perdurable no es el propósito central del llamado “concierto internacional” –que más parece desconcierto– yo no sé qué lo sea.

Ahí está la propuesta, que bien puede ser punto de partida para la discusión, pues solo una solución estructuralmente estable tendrá visos de perdurabilidad.