Xavier díez de Urdanivia

Hace algunos años, Adolfo Nicolás, S. J., en ocasión de cumplirse 125 de haberse fundado la Universidad de Deusto, en Bilbao, impartió en ella la lección inaugural de cursos, durante la cual propuso 10 reflexiones sobre la función histórica de las universidades y de sus perspectivas en el futuro.

La primera se refiere al equilibrio que debe buscarse entre las disciplinas científico-técnicas y las humanísticas, así como al necesario fomento de las investigaciones y estudios que exploren las zonas fronterizas entre esos dos campos del saber.

La segunda, a la necesaria salvaguarda que debe tener lugar del “sentido histórico” de toda universidad, que no es otro que la “búsqueda honesta y colectiva” del conocimiento, su preservación y acrecentamiento, para transmitirlo a las generaciones subsecuentes. Ello, a pesar y aun contra las exigencias del mercado.

La tercera, al deber de propiciar vías y maneras de difusión y de acceso al conocimiento que no solo no incrementen las desigualdades, sino que las combatan, propiciando propuestas concretas para el desarrollo, comunitario e individual, de los más desfavorecidos.

La cuarta consiste en destacar el deber universitario de convertirse en puntal en la promoción y aplicación de modelos más justos en la relación económica, tanto entre las personas como entre los países.

La quinta se refiere al deber de promover un conocimiento transformador de la sociedad, de la opinión pública y de la propia universidad, conforme a principios éticos de referencia.

La sexta, tiene que ver con el diálogo intercultural, que siempre deberá propiciarse, abriendo canales efectivos en ella para que aquel tenga lugar libre, respetuosa y creativamente, y hacerlo de tal manera que la universidad cumpla con el deber de erguirse como modelo del diálogo “frente a una sociedad sorda”, cuidando que esa misma actitud se asimile bien por los alumnos.

En séptimo lugar y para de verdad promover el desarrollo integral de la persona, además de la difusión de conocimientos y adiestramiento de habilidades profesionales, la formación universitaria requiere del cultivo de una inquietud cultural, humanística, que capacite a los alumnos para ser “ciudadanos conscientes y críticos, sensibles a la verdad, a la bondad y a la belleza”, al tiempo que les permita inquirir libremente acerca del mundo y la historia. Es decir, los objetivos fundamentales de la formación integral de los alumnos, que son tres: adquirir conocimientos (saber); entrenar sus capacidades y competencia profesionales (saber hacer); adquirir familiaridad con la cultura, un conciencia ciudadana y global, y aprehender valores éticos trascendentes que inviten a transformar el mundo (saber ser, saber estar y saber convivir).

Deberá fomentar en los alumnos, además e inexcusablemente, el pensamiento autónomo, de manera que, con sentido crítico, puedan afrontar la avalancha de información característica de todo tiempo presente y futuro, proporcionándoles criterios de solvencia para la búsqueda y creación de fuentes rigurosas, sin sesgos ideológicos o signados por intereses económicos o cualquier otra naturaleza espuria.

Como novena cuestión de reflexión incluye el deber de aprovechar las nuevas tecnologías de la comunicación, con creatividad, para desarrollar a partir de ellas mayores y mejores posibilidades formativas y participativas.

En el décimo lugar, tener siempre presente que cada universidad es en sí misma un “proyecto social” y tiene, por tanto, la responsabilidad de insertarse, de integrarse se diría, en el sistema social de su entorno inmediato, pero también en el nivel global, participando activamente en el debate cultural, científico y ético, para iluminarlo y adquirir luz de él.

La pregunta pertinente es hoy, en nuestro México, ¿cumplen las universidades, a cabalidad, con su misión de ser puntales en la misión de ser puntos de convergencia entre las diversas corrientes de saber y pensamiento, para contribuir al estudio profundo y la búsqueda de soluciones a las crisis que evidentemente viven nuestro país y el mundo entero?

La pregunta está en el aire. La respuesta, en manos de las universidades, públicas y privadas, pero también de la sociedad, recipiendaria de los aciertos y errores.