Xavier Díez de Urdanivia

Poco a poco se va diluyendo aquella promesa de regresar al Ejército a los cuarteles, y cada vez más aceleradamente se involucra a las fuerzas militares en actividades civiles, en un país de expresa y muy sólidamente apoyada vocación pacifista, pues se le ha convertido en policía, mediador y hasta contratista, echando mano del bien ganado prestigio de su disciplina y lealtad a las leyes y las instituciones creadas por ellas.

El viernes anterior se dio un paso más en ese sentido, al anunciarse el nombramiento del comandante del Ejército Mexicano, una figura nueva que tendrá bajo su mando las 12 regiones y 46 zonas militares, así como las 19 bases aéreas, además de la Infantería, la caballería, blindada, defensas rurales, Policía Militar y los cuerpos especiales, además de las relaciones con los ejércitos de otros países, enfáticamente las bilaterales con el Comando Norte, es decir, con los Estados Unidos, principalmente.

Fue una ceremonia solemne, ante el comandante supremo, que incluyó pasar revista y rendición de protesta. En ella, el designado rindió la protesta de guardar y hacer guardar la constitución y las leyes que de ella emanen.

El acto sirvió de ocasión para que el titular de la Secretaría de la Defensa Nacional afirmara categóricamente: “Por orden del ciudadano Presidente de la República se reconocerá como comandante del Ejército Mexicano al ciudadano general de División Diplomado de Estado Mayor, Eufemio Alberto Ibarra Flores, aquí presente.

A quien se le guardará el respeto debido a su jerarquía y se le obedecerá en todo lo que mandare referente al servicio de palabra o por escritorio, de acuerdo con lo dispuesto en las leyes y reglamentos”.

Puede que esa reagrupación obedezca a una mayor racionalidad militar, simplemente administrativa o sea trascendentemente estratégica, no lo sé. Es curioso, sin embargo, que tenga lugar, casi se diría que precipitadamente, después de una segunda visita de una misión de alto nivel de los Estados Unidos, que incluía mandos militares, a nuestro país, donde se reunieron incluso con el Presidente de la República.

Esa precipitación -prefiero creer eso que atribuirlo a un desdén abierto y ostentoso a la Constitución y las leyes que se protestaron cumplir y ver que sean cumplidas- motivo que la relevante ceremonia haya implicado que se diera posesión de un puesto inexistente, pues en ningún lado ha quedado prevista la nueva figura y menos aún la potente envergadura del mando que se ha decidido adscribirle.

Ese pequeño bemol no se debe a inadvertencia, lo que sería de suyo muy grave, sino que se hizo con pleno conocimiento de causa, como lo deja ver la explicación del propio secretario, quien, en adición a lo dicho, afirmó también que “se contempla que los legisladores autoricen modificaciones a la Ley Orgánica del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos, su Reglamento Interior y su Manual de Organización General”, para lo cual tendrán que elaborarse y enviarse las iniciativas correspondientes al poder legislativo, a fin de procesarlas, por lo que les espera un trayecto que no será corto, aunque tenga quien las formule la certidumbre de que no les será modificada una sola coma.

Cuando se funda una decisión militar de la magnitud de la que se comenta en nada más que la orden del comandante supremo de las Fuerzas Armadas, sin fundamento otro alguno, se subvierten el orden constitucional y el legal que precisamente se ha protestado guardar y hacer guardar, y eso sí es muy grave y, hasta donde yo recuerdo, nunca visto en los tiempos recientes de la historia de México.

En medio de condiciones en las que se han enseñoreado la incertidumbre, la opacidad, la confusión, las falacias, el argumento de los “otros datos”, el desdén por la objetividad de las leyes y, para rematar, el fundamento del “me canso ganso”, lo que ha ocurrido el viernes 13 en el Campo Marte podría tener un resultado ominoso.

Ojalá que no lo sea.