Xavier Díez de Urdanivia

“Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, reza la esperanzada consigna que a la manera de un lema distingue a los cada vez más numerosos grupos de madres, esposas y familiares de personas desaparecidas.

Aunque no son ingenuas, en esa consigna encuentran el aliento de esperanza que de otra forma se habría extinguido hace tiempo, cediendo al devastador dolor de una pérdida incomparable.

En la solidaridad han encontrado la fuerza necesaria para mantenerse enhiestas y activas en una lucha que libran solas, mientras autoridades complacientes se contentan con administrar su sufrimiento.

En la autoridad, más que respuestas a la inminente necesidad de encontrar a quienes forzadamente han desaparecido y prevenir que siga ocurriendo, han encontrado dilación y actitudes que difieren las soluciones.

En vez de actuar contundentemente, han creado mecanismos y rituales no solo inútiles, sino absolutamente inconvenientes porque, a la postre, son eficaces tendiendo cortinas de humo que ocultan la inacción y el diferimiento, aparentando preocupación por la materia.

Sustituir la acción institucional coordinada por una complejidad burocrática ineficiente no hace sino dar cabida a lo que, con tino, se ha llegado a llamar “necropolíticas”, y propiciar la proliferación de falsos defensores que, usurpando el legítimo dolor de las víctimas, construyen a partir de él lucrativos “modus vivendi”.

Mientras eso pasa en los salones palaciegos y sus accesorios, se cuentan por decenas de miles las personas desaparecidas forzadamente y lo que es peor todavía, quienes desde su propia iniciativa se han dado a la tarea de buscarlas van sintiendo crecer en carne propia el índice criminal, como ha ocurrido en esta semana con la joven señora Aranza Ramos, de apenas 28 años y madre de una pequeña niña de apenas un año, quien llevaba meses buscando a su esposo Omar Zelaya, desaparecido desde diciembre de 2020 en Guaymas, Sonora, y a la medianoche del jueves fue asesinada por un comando armado que llegó hasta su casa para atacarla.

Formaba parte del colectivo Madres y Guerreras Buscadoras de Sonora, que se ha sumado a muchos otros similares de Tamaulipas, Coahuila, Veracruz y muchos más que la desesperación de las víctimas ha llevado a configurar.

Eso es algo que no puede seguir teniendo lugar. La explicable reacción de quienes sufren las consecuencias de la desaparición, tanto como de aquellas que ven proliferar la violencia en sus comunidades, tiene que cesar, y no es con la inmovilidad de quienes tienen la responsabilidad de evitarlo que se conseguirá ese objetivo.

Descanse en paz Arantza, aunque mucho me temo que su partida tendrá que ser un recordatorio constante, para todos, de que quien asume una responsabilidad pública no puede hacer otra cosa que cumplir con ella, así sea en Sonora, Yucatán, Tamaulipas o Coahuila o la Ciudad de México.

Las cosas no pueden seguir así; lo dijo escueta y directamente Alejandro Martí hace ya algunos años: “Si no pueden, ¡renuncien!”.

Memento. La madrugada del miércoles 21 pasado murió don Fernando Zertuche Muñoz, un hombre excepcional por su don de gentes y elevados valores. Fue un servidor público comprometido sin reservas, que mucho dejó sembrado: fue consejero fundador del IFE entre 1994 y 1996, y secretario técnico de 1997 y 2003, en la que muchos consideran que fue su mejor época; fue funcionario de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social y del Instituto Mexicano del Seguro Social; dirigió el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos y bajo su dirección se abatió el índice de analfabetismo en la mayor parte del país; fue también un hombre de ideas y basta cultura, que bien merece el calificativo de intelectual, según los referentes que alguna vez fijó don Daniel Cossío Villegas: ser inteligente; poner el intelecto a producir, y difundir los productos obtenidos. Entre su vasta obra destacan La primera Presidencia de Benito Juárez; Ricardo Flores Magón: el sueño alternativo; Luis Cabrera, una Visión de México; Historia y Justicia Social, entre otros. Hará falta su presencia física, su legado continuará fructificando.