Todo Estado configurado a partir de ideologías basadas en la lucha de clases está condenado a sucumbir. La única alternativa que se podría presentar sería el exterminio del contrario, cosa tan inadmisible como imposible de llevar a cabo, según ha demostrado la historia y pasó hace menos de un siglo en Alemania, la Rusia de Stalin y otros regímenes de Europa, Asia y América.

Quien siembra vientos cosechará tempestades, y eso precisamente es lo que está ocurriendo en Cuba y, por razones no tan distintas, aunque sean diversas, puede llegar a ocurrir en México, donde la violencia se ha intensificado en los meses recientes.

Una sociedad que quiera ser próspera y pujante necesita, irremisiblemente, de una cohesión social fuerte y solidaria, so pena de sufrir disgregación y, con ella, debilitamiento.

Tampoco está la solución en fincar los propósitos en míticas entidades rectoras, como el mercado, para pretender justificar los excesos del libertinaje, queriendo revestirlos con apariencias de libertad.

Buscar la riqueza material, a toda costa y sin reparar en los deberes de pertenencia social corresponsable, solo conducen a la adoración del bíblico becerro de oro y, con ello, al desplazamiento, que genera desesperanza y es fuente de rencor social.

Por esos caminos, el tan mencionado “estado de derecho”, cuyo imperio se dice buscar por tirios y troyanos, no aparecerá nunca.

La justicia, que es un ingrediente imprescindible del orden legítimo, está ubicada en el medio y destinada a verse arropada por las normas jurídicas, incompatibles con el capricho y la arbitrariedad.

¿Cómo es, entonces, que nuestro país haya sido escenario de tanto desdén por las normas, prácticamente desde que fue fundado? La explicación se podrá encontrar en la ausencia de buena fe, que entre los hombres y mujeres de honor es regla inquebrantable, pero para quienes carecen de honor nada significa.

En ese contexto, es dable confiar en la protesta que los servidores públicos -todos, de cualquier adscripción y rango- rinden al tomar posesión en México, pero preocupa gravemente que la excepción dé visos de haberse ido convirtiendo en regla.

Cuando tal cosa tiene lugar, la rebatinga impera y la desesperanza se apodera de quienes ocupan posiciones más débiles. Es entonces cuando los “condenados de la tierra”, que dijera Frantz Fanon, toman las cosas en mano propia y se vuelcan en la defensa de sí mismos, con alientos de esperanza y cuando menos un ápice de dignidad.

El escritor cubano Leonardo Padura acaba de publicar un escrito en el que dice: “Parece muy posible que todo lo ocurrido en Cuba a partir del pasado domingo 11 de julio lo hayan alentado un número mayor o menor de personas opuestas al sistema, pagadas incluso algunas de ellas, con intenciones de desestabilizar el país y provocar una situación de caos e inseguridad. También es cierto que luego, como suele suceder en estos eventos, ocurrieron oportunistas y lamentables actos de vandalismo. Pero pienso que ni una ni otra evidencia le quitan un ápice de razón al alarido que hemos escuchado. Un grito que es también el resultado de la desesperación de una sociedad que atraviesa no solo una larga crisis económica y una puntual crisis sanitaria, sino también una crisis de confianza y una pérdida de expectativas” (https://www.clarin.com/cultura/leonardo-padura-escribe-protestas-cuba-quiero-libre-derecho-opinar-pais-vivo-_0_0NMjC_ORr.html).

Siempre habrá descontentos e inconformes, es verdad, pero cuando las dimensiones del alarido, como Padura lo llama, son de tal magnitud, hay que atenderlo y buscar enmendarlo desde sus causas.

Los enfrentamientos no abonan a las soluciones, aunque mezquinamente pudieran ser, y siempre de manera temporal, energías suficientes para nutrir afanes de poder y ejercicios políticos espurios.

Por esas veredas no se llega a otro “estado” que al “estado de odio” y cuando esa mala yerba cunde, alienta la irritación y la violencia.

Los riesgos de sembrar la discordia y el rencor son, de verdad, mayúsculos. Siempre que tengan lugar, habrá que enmendar el camino; cuando hay cerca barbas que se cortan, el refrán aconseja poner otras a remojar.