Xavier Diez de Urdanivia

A tres semanas de los comicios las cosas se aprecian, en lo electoral, más tranquilas de lo que se pronosticaba. Los juicios denuncias, acusaciones que se decía que iban a abundar no han aparecido en el horizonte, y sin embargo esa calma chicha se antoja preludio de una fuerte tempestad en otro terreno.

Lejos de los tribunales y agencias ministeriales, incluso, el sordo rumor de tormenta es intenso y amenaza con crecer y expandirse por territorios muy amplios del país, con virulencia que no había sido vista ni en los años más violentos.

¿Tiene la violencia desatada en los días precedentes algo que ver con las elecciones? Aunque no pueda afirmarse sin temor a equivocación -y más aún probarlo- hay signos que inducen a temerlo y así lo han expresado diversas voces de alarma que, desde dentro y desde fuera, prenden los focos rojos del tablero.

Ya durante las campañas se habían dado casos de violencia inusitada, e incluso la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos lo había advertido: “México mantuvo sus mayores elecciones este mes con varios desafíos. Me preocupó la violencia política en el contexto electoral con mínimo 91 políticos y miembros de partidos políticos, entre ellos 36 candidatos fueron asesinados durante el periodo electoral que empezó en septiembre de 2020″ (https://www.elfinanciero.com.mx/mundo/2021/06/21/michel-bachelet-externa-preocupacion-por-violencia-politica-en-elecciones-de
-mexico/).

El informe de 2021 sobre violencia política de la encuestadora Etellekt, durante el proceso electoral se registraron 910 agresiones en contra de políticos y candidatos, con un saldo de 860 víctimas de diversos delitos, según la misma nota de El Financiero reporta, comentando, además, que “del 7 de septiembre del 2020 (cuando inició el proceso electoral), al 5 de junio de 2021 fueron asesinados 91 políticos, 36 de estos candidatos, 14 de estas eran mujeres”.

Según Anabel Hernández, periodista que se ha dedicado a investigar el tema de la delincuencia organizada y sus conexiones con el poder, “tras los resultados en las elecciones del 6 de junio, el triunfo del partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) en 11 de las 15 gubernaturas en disputa podría tener un impacto no sólo en la geopolítica de México sino también en geo-criminalidad; es decir, en un reacomodo de las distintas organizaciones criminales que tienen presencia en 10 de los 11 estados ganados por el partido oficial”.

Eso, porque -según añade- “de acuerdo con fuentes de información que conocen el tema de primera mano, tras la victoria del partido oficial en Baja California, Baja California Sur, Campeche, Colima, Guerrero, Michoacán, Nayarit, Sinaloa, Sonora y Zacatecas, donde tienen presencia uno o más carteles de la droga, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) estaría planeando iniciar un plan que denominan ‘pacificación’” (https://www.dw.com/es/amlo-y-las-negociaciones-con-el-narco/a-58019228).

De ser eso cierto -y todo lo demás que la periodista comenta- sería un terrible preámbulo a una realidad casi dantesca, en la que, haya ganado quien haya ganado en las urnas, la gran perdedora habrá sido la sociedad mexicana, esa a la que despectivamente se ha referido el presidente como “aspiracionista”, porque a la postre la banda mas ancha es la clase media, aquella a la que dedico ese horrible epíteto que, como barbarismo, introdujo al lenguaje político de la casa.

De resultar fundadas esas especulaciones y cierto lo que los indicios parecen suponer, no llamaría la atención que, como la misma Anabel Hernández señala, “luego de las elecciones del 6 de junio, el Presidente de México vea como enemiga a la clase media que en la Ciudad de México no votó por su gobierno, y que los regañe e insulte cada mañana, pero que agradezca públicamente el comportamiento del crimen organizado en la jornada electoral”. De ser así, su pregunta será pertinente: “¿Son más enemigos de AMLO una sociedad pensante que los criminales? Quizá se deba a que con los primeros no puede negociar, debe dar resultados, y con los segundos sí”.

¿Debió la pregunta formulada haber sido “quién perdió”, y no “quién ganó” las elecciones? Está de pensarse.