Xavier Diez de Urdanivia

Cuando un militar de alto rango y con mando emplea la palabra “enemigos”, no está hablando en sentido figurado ni acudiendo a metáforas. Sabe bien lo que el término significa, especialmente cuando se pronuncia en un evento oficial y en presencia del comandante supremo de las Fuerzas Armadas, como sucedió el 21 de mayo pasado durante la conferencia matutina del presidente AMLO.

En boca de otro y en otro contexto, podría haber pasado por desliz inoportuno, pero en las condiciones en que la palabra fue pronunciada, adquiere un carácter intimidante que bien podría ser tomado como amenaza, especialmente si ocurre en medio del clima de intenso acoso del Presidente hacia los jueces y su inefable animadversión contra todos aquellos que contradicen u obstruyen sus deseos y designios.

Desde el inicio mismo de su gestión adoptó esa postura y se manifestó contra quienes, cumpliendo con su función como jueces de amparo, aplicaron la ley suspendiendo los efectos de los actos violatorios de derechos fundamentales.

Han sido también sistemáticas las medidas que, desde otras dependencias e instancias suyas, como la UIF, o “ajenas”, como el Consejo de la Judicatura Federal, se han emprendido contra los jueces “rebeldes”.

Ese es el entorno en el que tuvo lugar el pronunciamiento del secretario de Marina cuando, tras expresar “que no tenemos muchas ayudas” de jueces y ministerios públicos, añadió: “Hay muchos casos que hasta pena nos da que actúen de esa manera, que parece ser que el enemigo lo tenemos en el Poder Judicial y tenemos que cerrar bien ese círculo para poder llevar a cabo la detención”.

Nunca mencionó medida interna alguna adoptada u ordenada para garantizar que se seguirán los procedimientos de ley y se respetarán los derechos fundamentales, sin lo cual los actos de autoridad nacen viciados y acarrean su propia inefectividad, mientras los jueces no pueden sino invalidarlos por esa causa.

El clima resultante de la actitud irrespetuosa del derecho lo describe bien Diego Valadés en su artículo Anomia, publicado en Reforma el 23 de mayo pasado.
En él se remonta 26 siglos atrás, hasta Tucídides, para, pasando por Durkheim, explicar que el factor desencadenante de inestabilidad social y política es la anomia, a la que, invocando al último autor citado, define como “una patología de la sociedad estatal traducida en la pérdida de la adhesión a la norma”, con el natural resultado de fracturar la convivencia.

Concuerdo con Valadés: si falta la estructura jurídica, toda la construcción social se viene abajo. Creo pertinente, sin embargo, sugerir un matiz: no hay, en rigor, anomia en el caso, porque el significado genuino de tal término es, etimológicamente, “ausencia de normas”, y de ellas hay sobradamente.

En cambio, lo que se puede encontrar, a mi juicio, es una aversión patológica a la ley por parte de la autoridad -nomofobia, si nos atenemos a una correcta etimología- complementada y vigorizada, hasta ahora, por una nada conveniente abulia -“pasividad, desinterés, falta de voluntad”, según la Real Academia Española- como actitud lastimosamente generalizada en amplios sectores de la sociedad.

Para remediar lo primero falta sacudirse lo segundo, y una buena manera de empezar a hacerlo es conocer y cumplir esas normas que, existiendo, solo cobran vida si son acatadas por todos y todo el tiempo.

Cuando las cosas dejan de funcionar con apego a la ley, advierte Robert Merton -citado también por Valadés- “queda montada la escena para la rebelión como reacción adaptativa”.

A los jueces les toca, cuando las demás instancias han fallado, restablecer los equilibrios perdidos, lo que naturalmente incomoda a las autoridades que ven obstruido el curso de sus determinaciones y acciones violatorias de esa primera barrera contra la arbitrariedad, el capricho y la injusticia que es el sistema jurídico.

En esa función operan como órganos del Estado, no como enemigos de nadie, y si alguno hubiera que traicione su cometido, leyes hay suficientes para neutralizar los efectos de sus actuaciones indebidas e imponer las sanciones que procedan.