Xavier Díez de Urdanivia

Anunciada pomposamente como “primera reunión bilateral virtual”, tuvo lugar esta semana una videoconferencia entre los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Joe Biden.

Comprendió varios temas, según el vago comunicado de prensa emitido. Casi nada nuevo, como no sea uno que ya se veía venir: el que tiene que ver con la energía y varias de sus aristas.

Según el comunicado, muy a tono con el clima que se quiso crear en torno a la conversación llamado Declaración Conjunta, los presidentes reconocieron “la importancia estratégica de la relación económica bilateral, reafirmaron su compromiso compartido con el Tratado México, Estados Unidos, Canadá (T-MEC) como motor de la prosperidad y los derechos laborales de América del Norte en ambos países” y “acordaron fortalecer la resiliencia y la seguridad de las cadenas de valor binacionales por lo cual se reiniciará el diálogo económico de alto nivel para avanzar en estos objetivos”.

También “destacaron la importancia de enfrentar la crisis climática y acordaron explorar áreas de cooperación. Los líderes reconocieron los beneficios de reducir los contaminantes climáticos de corta duración, así como la necesidad de promover la eficiencia energética. Además, discutieron maneras de trabajar juntos en aras de alcanzar un resultado exitoso en la Cumbre de Líderes sobre Cambio Climático organizada por Estados Unidos y a celebrarse el 22 de abril de este año”
.
Pareciera, tras esa reseña, que las esperanzas de una mejor condición en la relación bilateral se abrían a un nuevo horizonte propicio para los intercambios económicos, laborales, de salud y políticos, en beneficio de los habitantes de ambos países, pero especialmente para los del nuestro.

En el papel así parecía, pero “algo huele mal en Dinamarca”, como dice el centinela de Hamlet, cuando tras los aparentes acuerdos en favor de la integración económica y la coordinación funcional que eso requiere, las proclamas a favor de la reducción de contaminantes, la necesidad de promover la eficiencia energética y la ostentación en el anuncio de una nueva era de “cercanía” con Estados Unidos de América, se aprobó, como estaba previsto y sin tocarle una sola letra, la iniciativa del Presidente en materia energética, convirtiéndose formalmente en ley, con todas las consecuencias contradictorias que implica respecto de las proclamas vertidas en el comunicado.

Habrá, al aplicarla, retrocesos en materia de sanidad ambiental y de innovación tecnológica, retrasos en el desarrollo de medios de producción y conducción de energías limpias, y todas las implicaciones económicas y de desarrollo social que de tal circunstancia son previsibles.

Se configuran también con ello –y esto es lo más grave– amenazas de acoso a la legitimidad del poder, porque no se podrán garantizar con suficiencia las condiciones de vida digna para todos los habitantes del país que ella requiere.

Un buen estadista ha de tomar en cuenta que la calidad de Jefe de Estado, implica la responsabilidad irrenunciable de cumplir la palabra empeñada, porque no es la suya sino la del país que representa.
Ese es el propósito de los compromisos contraídos, así sea informalmente, en contactos como el que tuvo lugar esta semana. De lo contrario carecerían de sentido. Si no se cumplen, las reclamaciones no se harán esperar y las repercusiones políticas serán, previsiblemente, todavía menos gratas.

La cancelación unilateral de contratos, la vuelta a la quema de combustibles fósiles y el rechazo a la transición hacia las “energías limpias”, son solo algunas de las consecuencias de la nueva ley que contradicen lo expresamente acordado por los presidentes.

Por todo eso, y algunas otras cuestiones, esa reforma energética es, en realidad, una contrarreforma que seguramente dará toques.

El pacto: A pesar de las protestas y la oposición ferviente, el pacto que no debió hacerse –con nadie– se mantuvo a capa y espada: Félix Salgado Macedonio contenderá por la gubernatura de Guerrero y posiblemente gane. Inició su campaña (ausente) en vísperas del Día Internacional de la Mujer, ¿no es eso, acaso, una burla que afrenta doblemente?