Xavier Díez de Urdanivia

México vive un momento agudamente crítico, y un proceso electoral en medio de él es cosa de tomarse muy en serio.

En Coahuila e Hidalgo habrá comicios este domingo y, aunque no creo que sus resultados puedan ofrecer anticipos fidedignos de lo que pudiera ocurrir en la elección general del próximo año, estoy seguro de que la jornada servirá para medir el grado de madurez cívica de los habitantes de estos dos estados y ofrecer un atisbo de lo que podría ocurrir después en este atribulado país.

Hemos sido testigos de una persistente y extrema radicalización de las posturas políticas durante los dos años recientes, lamentablemente reducidas a la agresión recíproca, impregnada de violencia verbal e insultos que en nada se corresponden con gente no sólo se asume, sino que se ufana de ser civilizada.

La oportunidad de que se inicie en México una verdadera transformación, esa que sigue sin darse después de tantos años como han pasado desde la firma de los tratados de Córdoba y luego de tantas e incesantes confrontaciones, podría estar al alcance de la mano en este momento.

Lamento, sin embargo, no poder ser optimista; me lo impide un entorno impregnado de insultos, descalificaciones y vulgaridades, en el lenguaje y las tácticas, que en nada se corresponde con la plataforma de respeto, tolerancia y buena fe que la vida en comunidad requiere y la democracia necesita para cumplir con su cometido.

Además, hay que considerar las inercias que, por infortunio, siguen presentes con gran brío en los procesos de proselitismo y, sobre todo, en el desempeño de las funciones institucionales.

Oigo promesas sentidas, casi juramentadas, de realizar gestiones diversas en favor de los habitantes de los distritos, que los diputados, una vez que lo son, presumen con bombo y platillo.

Supongamos, por un momento, que todo lo que dicen sea cierto y que se hagan muchas obras y se haya gastado mucho dinero por su intercesión. Aun así, habría que recordarles que no es esa la función para la que se le elige, sino la mucho más importante de llevar a la cámara, como un todo, las inquietudes, necesidades, problemas y asuntos de relevancia para el estado para el país, buscando las soluciones legislativas que sean necesarias.

Entre sus funciones está, de manera todavía más importante quizá, la de ser ojos, oídos y voz, vigilantes y oportunos, para que los otros “poderes” cumplan sus funciones con diligencia y oportunidad, se ajusten a las normas y, como resultado, propicien el florecimiento de las libertades que hoy, entre otras cosas por el abandono de esta función, tan mermadas están.

Hace poco, el connotado abogado lagunero Juan Antonio García Villa, diputado a la LXI legislatura del Congreso de Coahuila, se preguntaba si la legislatura que está a punto de “ser historia”, “hará historia”. Mucho me temo que la respuesta tendrá que ser negativa, porque la oportunidad de haber destacado, para bien, se dejó pasar indolentemente a juzgar por los resultados.

Por primera vez, esa legislatura tuvo una composición en la que casi la mitad de sus integrantes pertenecían al PAN, que históricamente ha sido opositor, con propuestas propias, del partido que ha gobernado en Coahuila con absoluta e innegable hegemonía. Llegó a darse, incluso, el inédito caso que uno de los miembros de Acción Nacional presidiera la Junta de Gobierno del congreso.

Pudo ser histórica la legislatura que está por ser relevada, si tan solo el impulso de esa presencia se hubiera hecho valer en algo más que discutir algunas iniciativas del gobernador, para acabar aprobándolas todas, muchas de las veces por unanimidad.

Pudo ser histórica, pero dejó de lado muchos asuntos que por lo tanto quedó a deber a los coahuilenses, que se quedaron a la espera de ver un congreso efectivo a la hora de velar por sus derechos y libertades.

¿Será distinto con la LXII legislatura? Ya se verá, porque no es bueno prejuzgar, aunque pocos indicios se ofrecen, me temo, para suponerlo.