Xavier Díez de Urdanivia
Como si este año de tribulaciones pandémicas y económicas se hubiera dado por perdido, las fuerzas políticas se han enfilado ya hacia la elección intermedia de 2021, importante por más de un concepto. Será prácticamente una elección general, pero el énfasis de la atención está puesto, y con razón, en la renovación de la diputación federal.

Con ese horizonte, se empiezan a oír, desde la sociedad civil, voces opositoras al Gobierno que plantean proyectos y escenarios diversos para enfrentar los comicios con éxito. Las hay, también, de quienes pretenden quimeras irrealizables (a estas últimas ya me he referido y no lo haré más por lo pronto).

Toca el turno al desplegado que, bajo el título “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia”, publicó en días recientes un grupo de académicos, historiadores y politólogos en el diario Reforma. En él se plantea, con fundamento en razones y datos, la necesidad de “recuperar el pluralismo político y el equilibrio de poderes que caracterizan a la democracia constitucional”.

Para ello proponen “una amplia alianza ciudadana que, junto con los partidos de oposición, constituya un bloque que, a través del voto popular, restablezca el verdadero rostro de la pluralidad ciudadana en las elecciones parlamentarias de 2021”.

Podrá estarse de acuerdo o disentir de las concepciones y convicciones de quienes suscriben el documento y hasta con algunas afirmaciones suyas, pero no se puede negar que uno de los pilares imprescindibles del estado democrático de derecho es, sin lugar a duda, el sistema de frenos y contrapesos, especialmente donde existe un régimen presidencial, porque en él se deposita unipersonalmente un poder de gran magnitud, como es el que corresponde a las jefaturas de Estado y de Gobierno.

Es evidente que la composición del Congreso de la Unión no es óptima para cumplir con ese objetivo y por lo tanto es válida la pretensión de quienes proponen la alianza. El Presidente obtuvo una clara victoria en los comicios de 2018, con lo que dio un vigoroso impulso a las candidaturas al Congreso de la Unión, pero no es un secreto que solo acudieron a votar 56 millones de mexicanos, de un total de 89 millones inscritos, ambas cifras en números redondos.

Es decir, solo acudió a las urnas 63% de quienes pudieron hacerlo, lo que convierte la mayoría relativa en una cantidad equivalente al 33% del total de electores posibles. Eso no resta un ápice a la legitimidad del acceso al cargo, pero es un elemento primordial para el análisis y la definición de estrategias políticas y de gobierno que con ello se vinculan.

Lo primero que salta a la vista es que, como pasa en el mundo entero, cada vez más generalizadamente, la única manera de construir mayorías es mediante coaliciones y alianzas entre las minorías -el propio triunfo de AMLO en los comicios pasados se dio tras una participación apoyada por una coalición de Morena con el PT y el PES-, por lo que no es descabellada la idea propuesta por los suscriptores del comunicado, que tan acre reacción, por cierto, provocó en el Presidente.

El mismo hombre que unos días antes había destacado en Washington la importancia de “privilegiar el entendimiento, lo que nos une y hacer a un lado las diferencias o resolverlas con diálogo y respeto mutuo”, a pesar, incluso, de los desencuentros y hasta los “agravios que todavía no se olvidan”, de vuelta en casa respondió a quienes eso expusieron acusándolos de “buscar restaurar el antiguo régimen, caracterizado por la antidemocracia, la corrupción y la desigualdad”.

Ninguna referencia al argumento; en cambio, la descalificación a las personas que lo esgrimen, además de la derivación hacia asuntos ajenos al tema. Para una vida cívica sana, progresista, constructiva y libre son siempre necesarias las propuestas francas y abiertas al debate. ¿Es acaso “neoliberal”, “neoporfirista” o corrupto quien eso pretende? No, solamente demócrata.