Xavier Díez de Urdanivia
La estrategia basada en el principio que reza “divide y vencerás” ha cumplido bien su cometido, porque ha logrado dividir al país y fragmentar a los opositores. Revertir sus efectos y convertirla en ventaja es un imperativo de cara al proceso electoral que se aproxima es un imperativo, si se quiere rescatar al país de la disfunción creada por la pérdida del sistema de frenos y contrapesos.

En fechas recientes se han manifestado intentos de hacerlo capitalizando el descontento y la irritación generados por los desatinos de la ya no tan nueva administración y los descalabros que ha causado.

En el frente de los partidos, el PAN se ha dado a la tarea de conjugar una alianza para enfrentar, en bloque, las iniciativas presidenciales, pero lo ha hecho de manera excluyente, no comprensiva, lo que limita las posibilidades de éxito.

En el frente de la "sociedad civil" ha surgido un movimiento con el específico propósito, no sólo de enfrentar a AMLO, sino de echarlo de la presidencia. Este movimiento, cuyo acrónimo es Frena (Frente Nacional Anti-AMLO), recoge la irritación de un sector nada deleznable de la población, debida a las incongruencias y defectos atribuibles a MORENA.

Tiene esta última varios flancos débiles: En primer lugar, canaliza una reacción eminentemente emotiva y lo hace sin un programa apropiado, porque su propósito es táctico y no estratégico: Echar a AMLO. En segundo lugar, parte de una premisa falsa: AMLO es "nuestro empleado". En tercer lugar, ha adoptado una metodología operativa que, lejos de aproximar al pretendido objetivo, refuerza el discurso simbólico que quiere combatir y acaba por “posicionar” su “marca”.

La democracia no es un método de selección y reclutamiento de personal, sino un muy complejo procedimiento que la cultura política secular ha conformado para convertir en realidad la garantía de los derechos y libertades de cada persona, en armonía equitativa con los de todas las demás.

No es un sistema perfecto, pero si perfectible, que en su faceta electoral, la primera y más elemental, implica decidir, por mayoría relativa, entre quienes habrán de ser los depositarios, no detentadores, del poder soberano que se les confía.

Otra vertiente de promoción ha retomado el viejo recurso del ''voto útil” y aunque más tímidamente, está promoviendo a través de las redes sociales que se vote “por el segundo lugar” en las encuestas, aunque no sea el candidato preferido del votante.

Tiene, por supuesto, el defecto de personalizar también, pero con el agravante de que pierde de vista que en la próxima elección no estará en juego la presidencia, sino una cantidad sin precedentes de puestos públicos que van desde las alcaldías hasta las cámaras del Congreso de la Unión, pasando por varias gubernaturas.

El punto, en este momento, es rescatar la posibilidad de equilibrio que descansa en un parlamento crítico, no sumiso, que sea capaz de recoger y representar activamente, en sus funciones legislativas y de control, el respeto a las normas. Así, el aparato gubernativo y de gestión pública podrá ser eficaz en la preservación de los derechos y libertades que corren riesgo de ser conculcadas hoy.

El peligro está en el "despotismo electivo", la tiranía de la mayoría (o de uno solo, en el caso de los liderazgos fuertes, como el que nos ocupa), sea del signo que sea y eso se combate, en democracia, velando por la prevalencia de los derechos de las minorías, cuya voz, para que pueda tener efectos, ha de ser oída y participar en las decisiones parlamentarias.

El objetivo estratégico inmediato, si se quiere que prevalezca la democracia, tendrá que ser recuperar el control de la Cámara de Diputados Federal e incrementar la presencia en el Senado de la República, para poder proceder al rediseño de los parámetros de libertad y justicia que no se han sabido equilibrar en México, prácticamente nunca, pero que hoy enfrentan un riesgo que se percibe mayor.

Si no es ocurre eso, se consolidará la victoria del despotismo.