Xavier Díez de Urdanivia

La reflexión expresada aquí hace una semana encuentra, por infortunio, un contexto adecuado en las circunstancias que embocan en nuestro país al nuevo sexenio.

Desde los primeros escarceos, se vislumbra ya claramente una metodología poco transparente, errática y confusa para la toma de decisiones, lo que no abona nada, pero sí resta, a la democracia y a la transparencia que constituye uno de sus puntales más sólidos.

La condición que eso anuncia no es halagüeña, y lo es menos al advertir que lo más grave que se ha producido, además de la confusión, es un cúmulo escisiones y fracturas sociales que tienden a profundizarse y pueden, a poco que se descuide el tema, convertirse en irreversibles.

Por eso he creído importante profundizar algo más en el examen de las raíces del autoritarismo, sin pretender exhaustividad alguna en el ejercicio, solo esbozar algunas líneas de reflexión que creo necesarias.

Los seres humanos, según Erich Fromm -como se reseñó aquí la semana anterior- temen a la libertad, y mientras más de ella dispongan, más sus temores y angustias serán, porque con ella aumenta su inseguridad.

¿Cómo enfrentar ese estado de ánimo? Según Fromm hay dos principales vías de solución, entre otras posibles, a las que las personas suelen acudir: El autoritarismo y “la conformidad automática”.

El autoritarismo es, en primer lugar, un mecanismo de evasión. Se caracteriza por “la tendencia a abandonar la independencia del yo individual propio, para fundirse con algo o alguien exterior a uno mismo, que tiene autoridad o se le atribuye”.

Las personas proclives a refugiar sus temores libertarios tras la figura protectora de una autoridad reconocida por ellas. Se caracterizan por “una fuerte tendencia a la sumisión y la dependencia”, actitud que se arraiga en sentimientos de inferioridad, impotencia e insignificancia individual, que buscan guarecerse en una figura protectora que mucho recuerda la figura paterna.

Implica, desde luego, la contrapartida de un líder fuerte, capaz de asumir ese rol, con una tendencia -aunque variable, firme- a someter a los demás, usualmente de manera ilimitada y absoluta.

En esa relación, sin duda alguna anómala, los individuos sometidos tienden, con o sin prurito, a jugar el papel de meros instrumentos.

La otra vía, que se identifica como “conformidad automática”, implica que los individuos abandonan su “yo” propio, dejan de ser él o ella mismos, para convertirse en “uno de tantos” identificado con la mayoría, en la que se subsume y diluye.

“La raíz del problema -y por tanto también la posibilidad de solucionarlo- no está tanto en las condiciones socioeconómicas ambientales, cuanto en la estructura de la personalidad de los individuos que se someten a toda autoridad y a toda norma. Aunque, evidentemente, esa estructura de personalidad venga determinada por las estructuras socioeconómicas en que le ha tocado formarse”, dice Ovejero en el artículo que fue citado la semana anterior (“El autoritarismo: Enfoque sicológico”, EL BASILISCO, número 13, noviembre 1981-junio 1982, http://www.fgbueno.es).

Es decir: se trata de un problema cultural, que no obedece a épocas ni regímenes, sino que subyace, más activo que latente, en la cotidianeidad de las relaciones sociales, tan disparejas, disímbolas y asimétricas en nuestro país, como son también diversas las culturas, tradiciones, creencias y condiciones de las comunidades que en su configuración concurren.

Es necesario cobrar conciencia de esa realidad y obrar en consecuencia, en la seguridad de que no es dividiendo y enconando, caprichosamente, sino uniendo y creando condiciones de identidad a partir del respeto a nuestra variedad sociocultural, como puede cimentarse el futuro establemente digno, dinámico, que en justicia debería -y puede- ser construido.

Por eso México es una república federal. El paulatino desmantelamiento que, sobre todo en los años recientes, ha padecido, no favorece la fortaleza, sino que debilita al cuerpo social y lo hace vulnerable a la corrupción.

Romper esa inercia requiere reconfigurar, racionalmente, las instituciones -no destruirlas- y hacerlo en democracia y con legitimidad permanente, no solo con la que proporciona la mayoría electoral.

@10urdanivia