Xavier Díez de Urdanivia

El federalismo es una técnica jurídica para integrar comunidades políticamente diferentes, no para descentralizar funciones administrativas. El término “foedus”, su raíz, quiere decir, en latín, unir, precisamente.

A pesar de haber sido aplicado, distintivamente, por el imperio romano, no es sino hasta el final del siglo 18 que se perfecciona, al integrarse los 13 estados nuevos que fueron colonias británicas en el norte de América.

Descansa sobre tres principios básicos: la supremacía de la constitución general; la distribución de competencias por el método de “facultades expresas y residuales”; y por la reciprocidad, que se desdobla en dos subprincipios: el de “entera fe y crédito”, y el de “derechos iguales”.

El primero de ellos se explica porque confiere solidez, perdurabilidad y sentido al sistema; el tercero es un complemento muy conveniente, porque en virtud de él los actos y negocios celebrados en un estado tienen validez en todos, que además se obligan a reconocer a los naturales de los demás los mismos derechos que a los propios.

El segundo, el tema de la distribución de competencias, es el más relevante en este momento, porque es el que ha motivado el surgimiento de la primera fase de la crisis política. Por esa razón me detengo en él, haciéndolo explícito: quiere decir, cómo dispone el Artículo 124 de la Constitución Mexicana, que el Gobierno de la Unión tendrá solamente las facultades que la propia constitución le otorgue expresamente –y esto hay que subrayarlo– quedando todas las demás facultades correspondientes a función pública –las “residuales”– a cargo de las autoridades estatales.

Es importante tener siempre presente que la organización federal pretende “unir sin unificar” –como solía decir don Manuel Herrera y Lasso– y por lo tanto requiere de dar cauce ordenado a la confluencia de corrientes políticas y energías sociales muy dinámicas, y eso da lugar a un continuo y permanente “estira y afloja” –si se me permite decirlo de manera coloquial– entre los ámbitos del poder constitucionalmente repartido. Esta visión dinámica del formato federal es imprescindible para entenderlo en su desarrollo y comprender las vicisitudes por las que atraviesa los estados que lo adoptan a lo largo de su historia.

En México, el federalismo se establece en el momento de su nacimiento, una vez que fueron superadas las peculiaridades de un primer intento ridículamente imperial, que lo único que consiguió fue aplazar la estructuración de la nueva República que nacía a la vida independiente.

Tras la expedición del Acta Constitutiva del Imperio Mexicano, por Agustín de Iturbide, que no concitó consenso alguno, la convulsión iniciada en 1810 perduró un tiempo más, hasta que en 1823 fue suscrito el Plan de Casamata, por el que se desconoció al pretendido emperador y se convocó a un congreso constituyente, tramo de nuestra historia que, como debería suponerse, transcurrió en medio de una crisis política de magnitud mayor.

La primordial consecuencia respecto de la estructura del nuevo estado se resolvió, primero, por la adopción de la forma republicana, pero el consenso respecto a la fórmula de integración dio lugar a corrientes encontradas: de una parte, para decirlo muy sucintamente, la proyección del congreso, proclive a una estructura descentralizada pero unitaria, de corte francés; de la otra, la postulada, emblemáticamente, por la diputación de Guadalajara, que estaba en favor de formar una Federación, argumentando a favor de su postulado que “no había ley, tratado ni compromiso que obligara a las provincias a depender del centro” (cita de Josefina Zoraida Vázquez en el estudio introductorio de El Establecimiento del Federalismo en México, 1812-1827, coordinado por ella misma y publicado por El Colegio de México en 2003).

Esa posición fundante del estado mexicano de las muy pocas que han permanecido incólumes, en la letra, a la par que sido vulneradas, en los hechos, a lo largo de toda la historia; eso se explica, parcialmente, por la dinámica mencionada en párrafos anteriores, pero amerita matices que habrá que dejar para una posterior entrega.

¡A seguir cuidándonos!