Xavier Díez de Urdanivia

“Creemos que cuando las naciones respetan los derechos de sus vecinos y defienden los intereses de su pueblo, pueden trabajar mejor para garantizar las bendiciones de seguridad, prosperidad y paz...Cada uno de nosotros aquí hoy es el emisario de una cultura distinta, una historia rica y un pueblo unido por lazos de la memoria, la tradición y los valores que hacen que nuestras patrias no se parezcan a ninguna otra parte de la Tierra”.

Aunque parezca mentira, esas fueron palabras pronunciadas por Donald Trump durante su comparecencia, hace apenas unos días, ante la Asamblea General de la ONU.

Cuando inició su discurso parecía dirigirse a una asamblea local del Partido Republicano, alardeando, como nos tiene ya acostumbrados, a las bondades y aciertos inusitados e inéditos, de su administración, lo que movió a risas y chunga de los dignatarios presentes.

En un momento de su alocución dijo: “Defendemos a los Estados Unidos y al pueblo estadounidense. Y también estamos defendiendo al mundo...Esta es una gran noticia para nuestros ciudadanos y para las personas amantes de la paz en todas partes”, expresión indefectiblemente inscrita en el contexto de la doctrina del destino manifiesto. Entonces no se sentía sorpresa alguna. Esa es su postura acostumbrada.

Pero, para sorpresa de quienes pusieron atención, dijo también: “Respeto el derecho de cada nación en esta sala a seguir sus propias costumbres, creencias y tradiciones. Los Estados Unidos no le dirán cómo vivir, trabajar o rendir culto. Solo te pedimos que honres nuestra soberanía a cambio”.

En esto último es imposible disentir y, quienes pudieron sobreponerse al tedio de la repetición cansina de contenido y estilo, poniendo atención, pudieron percatarse del acierto.

Incluso la postura explícita en la frase “Es por eso que los Estados Unidos siempre elegirán la independencia y la cooperación sobre la gobernanza, el control y la dominación globales”, tiene sentido y vale considerarla como un buen principio para la estructuración del orden que falta por el vacío jurídico que han dejado, confluyendo, la debilitación del Estado y la globalización económica, política y social.

Si al concepto de “nación”, en su sentido material, nos atenemos, podrá encontrarse, en efecto, una comunidad más o menos homogénea, que, basada en vínculos de identidad común, mantiene permanencia en el tiempo y, habiendo desarrollado una identidad cultural -en el mejor y más amplio sentido- una conciencia de comunidad digna de aspirar a autogobernarse.

Esa es una aspiración legítima que requiere, precisamente, de eso que dijo Trump: respeto, consideración, diversidad que enriquece y, por lo tanto, solidaridad internacional.

En esa diversidad, integrada con tolerancia y sin hostilidades codiciosas y soberbias estriba, ya Kant lo postulaba, una paz perpetua que no sea la de los sepulcros.

Es también el principio a que hace referencia el lema de la federación estadounidense, “e pluribus unum”, de muchos, peculiares y diversos, hacer uno.

Ese principio bien vale para orientar la construcción del “diálogo” entre naciones, culturas, países y regiones que en el mundo existen, para alcanzar un orden que sea positivo y fecundo.

Aunque en el fondo Trump no esté convencido, ni quizás entienda apenas el significado profundo de lo que dijo, bien vale la pena ese garbanzo de a libra que Trump dejó deslizarse desde su discurso, en este punto discordante de su retórica habitual.

¡Lástima que el señor Trump sea tan incongruente! La lejana e incipiente luz de esperanza que hubiera podido generar se extinguió tan pronto que casi pasó desapercibida.

A la postre, resultó evidente que solo buscaba un pie para consolidar, en ese escenario, su conocido argumento imperial, a pesar de lo cual esa postura tiene miga y merece reflexión, especialmente en un contexto político tan inestable y difuso como el que caracteriza a los tiempos que corren.

Así son las cosas: una buena idea es un buen instrumento en las manos diestras y con oficio; si no es así, será inocua y puede ser que hasta perniciosa.