Xavier Díez de Urdanivia
Según reporta Mariana León, de la revista digital “Expansión Política”, Andreas Schleicher, director de educación de la OCDE, se refirió a los resultados de la prueba PISA, destacando que ellos muestran que apenas el 0.7% de las y los jóvenes mexicanos ha desarrollado la capacidad de discernir, por lo cual les resulta prácticamente imposible diferenciar entre hechos y opiniones (politica.expansion.mx)

Eso, dijo el funcionario, hace que México sea muy vulnerable, mientras recalcaba, con mucho sentido, lo siguiente: “La mejor manera de enfrentar esto es dar a las personas mejores habilidades…La capacidad para reproducir conocimiento es en lo que las computadoras se han vuelto buenas, y las habilidades humanas necesitan producir productos más complejos. Tener decisiones y habilidades sociales incrementan. Nosotros intentamos probar algunas de esas habilidades en la prueba PISA”, precisamente esa que reflejó la carencia de tal aptitud, de manera generalizada, entre los y las jóvenes de México.

Precisó: “Hace 10 años comenzó la historia de los teléfonos inteligentes, algunas cosas son más fáciles, pero algunas cosas se hicieron más difíciles y se necesita que la gente pueda navegar entre la ambigüedad y utilice información compleja. Distinguir entre hechos y opiniones. En la prueba PISA encontramos que menos .7% de los mexicanos de 15 años son capaces de diferenciar entre hechos y opiniones. El contexto era complejo, no fue una tarea sencilla, lo admito, pero estas son las tareas que se necesitan. Ese es el gran reto para nuestro sistema educativo y para nuestra sociedad”.

Es grave el diagnóstico, y más todavía porque, refiriéndose él al sistema educativo formal, no aborda esa porción todavía más preocupante que tiene que ver con la formación de la cultura de la simulación que día con día, contumazmente y ya desde hace mucho tiempo, se ha ido construyendo entre nosotros, lo que no sólo afecta a los jóvenes, sino a la sociedad toda, generando una disociación entre la realidad y su percepción, que a su vez conduce a la negación de la realidad incómoda y al refugio en la fantasía imaginada.

En psicología, el síndrome de Madame Bovary -que de tal personaje de Flaubert deriva el nombre “bovarismo”, dado por la psicología a esta afectación de la personalidad- implica que, la persona que por él se ve afectada, desarrolla una “ausencia de autoconocimiento”, caracterizada por la “incapacidad para percibirse a sí misma de manera realista, la autopercepción es idealizada. No son capaces de reconocer sus propias limitaciones y debilidades. Además, es frecuente la reacción de forma dramática y desmesurada ante cualquier pequeño conflicto, así como la actitud paranoica respecto a las demás personas”, según la definición de “Psicología Online” (psicologia-online.com).

Se dan también expectativas irreales, con objetivos fantasiosos y desproporcionados, lo que conduce a la frustración, porque se suelen establecer metas y propósitos irrealizables y se generan angustia y malestar intensos, y además de que la aceptación de la información recibida se hace de forma selectiva, con base en el ajuste de ella con las expectativas fantasiosas que se han generado. La información que contradice la realidad ficticia es rechazada y, por lo tanto, se produce una interpretación sesgada de la realidad y se pierden el sentido de objetividad y el juicio crítico.

¿Acaso no se ven reflejados esos síntomas en la sociedad mexicana de nuestros días? Esos y otros que, si no son fruto directo de la simulación habitual, se refuerzan por ella, la que no falta en el menú cotidiano: autonomías que no existen; delitos que no se investigan; justicia que se difiere o no imparte; normas que no se respetan; estadísticas que no reflejan realidades; información que se distorsiona a discreción; derechos humanos que se proclaman y protegen en abstracto, mientras se vulneran en los hechos, y un largo etcétera que podría agregarse.

Vivir en ese mundo de la simulación, inmerso en la farsa cotidiana, tiene resultados todavía más funestos que los arrojados por la prueba PISA.

¿Podrán corregirse a tiempo?