Salvador Hernández Vélez

Irene Vallejo, la autora de El Infinito en un Junco, en El Futuro Recordado nos entrega un conjunto de pequeños fragmentos muy elocuentes, piezas cotidianas de la vida diaria que relaciona con maestros como Lao Tse, Ovidio, Aristóteles, o Plutarco, entre otros. En sus pequeños artículos salta del presente “apresurado y caótico”, al pasado, para mostrarnos cómo las leyendas, los cuentos y las historias cotidianas nos auxilian para apaciguar la zozobra que nos produce la incertidumbre. A propósito del inicio de un nuevo año, momento para la reflexión de lo que nos aconteció en el año que ha terminado, Vallejo nos dice que los romanos personificaban esas emociones en el dios Jano, el patrón de los portales, los umbrales, el amanecer, las transiciones y el lenguaje.

En un mundo dividido entre ganadores y perdedores, que nos llevan directo a las calamidades de la derrota, Vallejo retoma el pensamiento del sabio chino Lao Tse, para comparar las dos situaciones, que se parecen más de lo que creemos: “El éxito es tan peligroso como el fracaso. Al subir como al bajar un peldaño, la posición es inestable. Sólo con los dos pies sobre el suelo mantendrás siempre el equilibrio”.

La autora nos recuerda, que todas las familias son emigrantes. Que luchan por la supervivencia, que sufren la lejanía de los seres más queridos. En otro apartado, Irene nos recuerda que Aristóteles decía que el hombre es el único animal que ríe. Y que el poeta romano Ovidio, escribió: “Aprende a reír, quien sabe hacerlo tiene mucho encanto”. Que el secreto consiste en irradiar alegría sin espasmos ni ahogos. Por otra parte nos recuerda que somos seres sedientos de palabras, de las palabras que alivian, que extinguen el miedo, que calman. Y que el orador griego Antifonte, tuvo una idea novedosa. Se dio cuenta de que los discursos, si son efectivos, pueden actuar sobre los demás. Entonces inventó un método para evitar el dolor y la aflicción comparable a la terapia médica. Usaba el fármaco de la palabra persuasiva para curar la angustia. La experiencia le enseñó que conviene hacer hablar al que sufre sobre los motivos de su pena, porque buscando las palabras a veces se encuentra el remedio.

Y en otra pieza literaria de su texto, señala que estamos enamorados de la velocidad. Que nos encanta el milagro de oprimir una tecla y comunicarnos de inmediato a través de inmensas distancias. Pero toda esa tecnología rápida y fabulosa es hija de una máquina que trabaja despacio: el cerebro. Y nos traslada a la antigua Roma, donde el emperador Augusto solía repetir la frase festina lente, que significa “apresúrate despacio”. Quería decir que conviene caminar despacio si queremos llegar lo antes posible a un trabajo bien hecho.

También trata el asunto de las discusiones familiares que son un género triste, pues en ellas hacen su irrupción esos tercos malentendidos de riñas anteriores. Cuando nos embarramos con lodos antiguos. Que así también, sucede entre regiones, países y religiones, donde surgen esos mismos resentimientos históricos que se enquistan e impiden entablar diálogo. Hoy tenemos los ejemplos de la guerra entre israelíes y palestinos, y el de Rusia contra Ucrania. Aquí Vallejo se remite a veinte siglos atrás para decirnos que así lo entendió el griego Plutarco, gran viajero, filósofo, biógrafo y ocasional embajador. En uno de sus ensayos avisa del peligro que representan los gobernantes obcecados en alimentar los rencores de su pueblo como fuente de poder y privilegio. Allí nos deja una reflexión de impecable actualidad: “La política se define precisamente como el arte de sustraer al odio su carácter eterno”. ¿Acaso nos recuerda las mañaneras?

También trata el tema de las arrugas. Escribe, ser joven no es lo mejor. El filósofo Aristóteles, que no idealizaba los veinte años, escribió que la perfección del cuerpo se alcanza a los treinta y cinco; y la del alma, a partir de los cincuenta. Confucio citó unos antiguos versos chinos que celebraban la hermosura del tiempo. El poeta recuerda a una mujer y evoca con deseo “las bellas arrugas producidas por su elegante sonrisa”. Hoy parecemos ignorar que puede haber amor donde no hay belleza y que puede haber belleza donde no hay juventud. Siempre queremos leer una buena historia, les recomiendo El futuro recordado, de Irene Vallejo.