Salvador Hernández Vélez

Heriberto Martín, mi hermano menor, por tan solo un año tres meses de diferencia. Nació en Viesca, Coahuila el 12 de noviembre de 1952, le faltaron diez días para cumplir 71 años. De niños vivimos en Acacio, Durango, un pueblo minero, a orillas de las vías del ferrocarril que van de la Ciudad de México a Ciudad Juárez, Chihuahua. En las inmediaciones de la Sierra de Ramírez, perteneciente al municipio de San Juan de Guadalupe, Durango. Ahí mi abuelo Enrique poseía la mina el Patrocinio. Mi papá y mis tíos trabajaban con él. Martín desde pequeño fue muy tesonero y determinante, siempre resuelto a cumplir lo que se proponía y quería. La educación primaria la realizó en 5 años, por lo que entramos juntos a la secundaria, en Torreón, en la Escuela Secundaria y Preparatoria Venustiano Carranza (PVC). Luego pasó a estudiar Técnico Electricista en la Escuela Técnica Industrial de Torreón. Trabajó por un tiempo de técnico. Con mi tío Benjamín laboró en Guadalajara, Jalisco. Luego lo convencí de que estudiara el bachillerato en el entonces Instituto Tecnológico Regional de la Laguna Número 13 (ITRL).

Mientras que yo cursé el bachillerato en tres años, dos en la PVC y otro en el ITRL, él lo completó en cinco semestres. Estudié la Maestría en dos años, él en año y medio. Ingresó al Instituto de Enseñanza Abierta (IDEA) de la UAdeC en Torreón, impartió cursos de matemáticas y ayudó a estudiantes a terminar la preparatoria y a que continuaran una carrera, nuestra sobrina Valeria fue una de ellas. Trabajó en la planta de Cementos Mexicanos en Torreón por más de 20 años, fue responsable de mantenimiento eléctrico.

Luego pasó a la Universidad Tecnológica de Torreón y después regresó al IDEA, donde fue electo director, por dos periodos. Tanto estudiantes como docentes y el personal administrativo y manual lo recuerdan, siempre contento, bromista, frontal, con una espontánea anécdota o comentario de aliento y de abrazar la vida con audacia y determinación. Siempre entregado, sirviendo a los demás, sobre todo, a los jóvenes estudiantes para que salieran adelante.

Nunca fue dejado. Recuerdo que un día que mi abuela materna estaba regañando a mi mamá, Martín la invitó a que no le llamara la atención delante de nosotros. Ella siguió con su perorata, Martín la abrazó, la levantó y la sacó de la casa y la conminó a que entrara cuando se calmara. Hacía cosas que nadie nos atrevíamos.

De niños, en Acacio, cuando jugábamos béisbol, como los guantes eran de él, de mi tío Gerardo (menor que yo por diez días) y míos, y no lo invitaban a jugar, se llevaba sus tres guantes y nos obligaba a que lo aceptáramos en algún equipo. Los guantes, las pelotas y los bates nos los había traído mi tío Chilo Vélez que trabajaba en ese tiempo en Estados Unidos. De niños, en Acacio, ordeñábamos las cabras de la casa y las recibíamos por la tarde, a los cabritos les poníamos en el hocico un pequeño morral hecho de mezclilla para que no se alimentaran en la noche, porque después en la mañana no tenían leche las cabras. Para ponerles el morral a los cabritos había que treparse sobre ellos. En una ocasión, el cabrito montado por Martín se abalanzó e hizo que mi hermano se pegara contra una de las ramas de un mezquite, lo dejó un rato mareado y nosotros asustados.

Un buen número de las personas con las que convivió, que asistieron a expresarnos sus condolencias, nos manifestaron sus recuerdos sobre Martín, de cómo los sorprendía con sus comentarios espontáneos, expresivos, directos, sin cortapisas, de reconocimiento sincero, de crítica mordaz, de no sacarle al trabajo y a enfrentar los problemas con la frente en alto. Siempre echado para adelante, hasta el último momento de su vida.

La carrera de montaña en el ejido Tomás Garrido, él la trazó, le dedicó muchos fines de semana, con una gran entrega, pues cuando se convencía de algún proyecto lo impulsaba con pasión. Recorrió todas las rutas en las serranías semidesérticas, bajo un sol inclemente. Cuando construimos la cerca de alambre de púas para deslindar el ejido, trabajó también los fines de semana de más de un año. En una ocasión, cuenta mi hermano Luis, se enojó porque no le hicieron caso de cómo hacer una tarea, se bajó de la camioneta y se regresó a pie y caminó hasta que se le pasó el coraje. Así era Martín, como dicen en el rancho, de una sola pieza.

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