Salvador Hernández Vélez

El economista español Santiago Niño-Becerra en su libro “La economía”. Una historia muy personal, establece las diferentes etapas por las que ha pasado la economía en los últimos 2 mil 500 años, de acuerdo con su interpretación personal. Es uno de los primeros economistas que adelantó la crisis de 2008. Sostiene que estamos frente a una crisis de dimensiones impredecibles, que después de la Segunda Guerra Mundial, la economía pasó del modelo de demanda al modelo de oferta. Luego, tras el inicio de la masificación de Internet, se dio una vuelta de tuerca al modelo, donde el Internet tuvo un papel preponderante que permitió tres cosas, con unas implicaciones que, a mediados de los noventa, muy pocos vislumbraban: 1.- La capacidad de digitalizar cualquier tipo de información y remitirla en microsegundos a cualquier lugar del planeta; 2.- La posibilidad de que muchas personas accedan, simultáneamente, a una formación determinada y, 3.- La posibilidad de trabajar 24 horas diarias los 365 días del año.

También precisa que en la década de los 80 comenzó la nueva fase de globalización económica, una de las características que más impactaron, fue la deslocalización de plantas de montaje. Pero con Internet la deslocalización se hace absoluta y se obtiene el don de la ubicuidad, pues se convierten en accesibles en cualquier momento; y así llegamos al modelo de oferta 2.0. Y lo más preocupante es que en el 2000, ya era evidente que la automatización iba a sustituir puestos de trabajo con una reducida generación de valor. Esta situación y la posibilidad de acceder simultáneamente a una formación determinada, es una llamada de atención para las universidades en el mundo.

Niño-Becerra, por otra parte, nos dice que a la par se ha ido desarrollando el principio de empleabilidad: los más aptos deben demostrar que son empleables; y paralelamente el principio de competitividad por un empleo. El viejo establishment era un club. El nuevo es una red. Y lo más grave, lo planteó Jeremy Rifkin en Human 2001: “Un día todo eso cambió. En este siglo, menos de un 5 por ciento de la población producirá los bienes y servicios que consume el resto, así que no necesitamos una fuerza laboral masiva”.

Este escenario es porque se agotó el modelo y esto genera cambios profundos que cada día se evidencian más y más. Así ha sido a lo largo de la historia, los modelos anteriores, también se agotaron en los pasados siglos, simplemente porque dieron de sí. Y así como la Segunda Revolución Industrial comenzó cuando se generalizó el uso de la electricidad, la nueva revolución que hoy estamos viviendo, la Revolución Digital, es producto del uso masivo del Internet.

En esta nueva era, después de la pandemia, se han acelerado los cambios informáticos y tecnológicos, hasta los puestos de tacos y gorditas se han digitalizado, con más razón las universidades están obligadas a hacerlo. Esto está forzando a cambiar la manera de trabajar y de hacer negocios, en consecuencia, las instituciones de educación superior deben montarse en la ola de la transformación digital. Estamos ante la necesidad de impulsar un cambio cultural hacia la transformación digital, la pandemia nos obligó a ello, pero con el regreso a las clases presenciales saltamos hacia atrás en lo digital. Hoy hay que profundizar el camino de lo digital hacia dentro de las universidades, llevarlo al espacio del aula y de los propios procesos educativos, de todas las áreas académicas, de investigación y en todos los procesos de gestión universitaria. Impulsar nuevas metodologías de trabajo y de digitalización en todo el proceso académico.

La certificación de competencias es una línea de trabajo que se ha venido fortaleciendo en la UAdeC, como una estrategia que eleva el nivel de habilitación y desempeño de los recursos humanos de la institución, incrementando con ello su competitividad. Ha sido un programa dirigido a docentes, entrenadores, trabajadores administrativos y estudiantes de las tres unidades regionales, con lo cual, el capital humano alcanza un valor agregado en el desempeño de sus funciones. Un certificado de competencia otorgado por un organismo certificador fortalece el perfil profesional de las personas, posicionándolas con mayor competitividad en su área laboral, brindándoles mejores oportunidades y contribuyendo con ello a su crecimiento profesional.

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