Salvador Hernádez Vélez

En la historia de la humanidad, en diferentes rubros, ya sea políticos, sociales, tecnológicos, o educativos, entre otros, hay muchos ejemplos de lo que es el juego infinito, según Simon Sinek, quien nos habla de ello en su libro “El Juego Infinito”. Nos dice que mientras Estados Unidos de América jugaba para “ganar” la guerra, ¡los norvietnamitas luchaban para su vida! Como es lógico, los dos bandos tomaron decisiones estratégicas de acuerdo con su mentalidad. Los norteamericanos le apostaron al juego finito, a ganar la guerra, y perdieron; los vietnamitas llevaron a cabo un juego infinito, ganaron, porque lucharon por su vida. En la lucha entre Apple y Microsoft por posicionarse, la primera no jugó para superar a la segunda, sino para superarse a sí misma. Esta mentalidad infinita de Apple la condujo a pensar, no en lo poco común, sino en lo que va más allá de lo normal. En el caso de la Universidad Autónoma de Coahuila, para cambiar el Estatuto Universitario, hubo que cambiar la forma de pensar que prevalecía: “que no se podía cambiar el estatuto, que no era posible”, y cuando los grupos de personas universitarias unidas con una causa común, actualizaron el estatuto, eligieron colaborar entre sí, hicieron posible el cambio.

En los juegos finitos hay un parámetro único y acordado que distingue al ganador del perdedor. En un partido de futbol, gana el que anota más goles en un tiempo determinado. En una carrera de cinco mil metros planos, seguramente gana el que corre más rápido, y en una lucha cuerpo a cuerpo, el que tiene más fuerza. Sin embargo, en los juegos infinitos hay muchas variables, por eso nunca se puede declarar a un ganador.

Sinek sostiene: “El líder con mentalidad finita trabaja para obtener algo de sus empleados para cumplir parámetros arbitrarios. En cambio, el líder de mentalidad infinita trabaja para asegurarse de que sus empleados, clientes y accionistas, continúan inspirados para seguir contribuyendo con su esfuerzo, sus carreras y sus inversiones. Los jugadores que tienen una mentalidad infinita quieren dejar sus organizaciones mejor que como las encontraron”.

A los jugadores de mentalidad infinita no les asustan las sorpresas, al contrario, se divierten con ellas, gozan el juego. Ellos transforman las sorpresas. Se someten a la libertad de jugar y están abiertos a cualquier posibilidad que les mantenga en el juego. Ellos no eligen si el juego es finito o infinito, pero sí deciden el querer entrar en el juego o no. Y si escogen jugar, eligen si juegan con una mentalidad finita o infinita. En los juegos infinitos no se sabe cuándo habrá resultados. De hecho, los resultados se verán en momentos diferentes.

Simon Sinek sugiere que cualquier líder que quiera adoptar una mentalidad infinita debe seguir cinco prácticas esenciales: promover una causa justa, construir equipos de confianza, estudiar a los dignos rivales, prepararse para la flexibilidad existencial y demostrar valentía para liderar. También nos advierte que mantener una mentalidad infinita es duro. Nada fácil. Es de esperar que frecuentemente perdamos el camino. Pues somos humanos y falibles. Estamos sometidos a casos de codicia, miedo, ambición ignorancia, presión externa, intereses en conflicto, egolatría, y la lista continúa... Menciona también que sin duda resulta más fácil concentrarse en un objetivo fijo y finito que en una visión infinita del futuro. Y que cuando dejemos un juego infinito, al voltear al retrovisor para observar nuestra vida y carrera profesional, diremos: “He vivido una vida que ha valido la pena”. Y lo más importante es ver cuántas personas hemos inspirado para que sigan el viaje sin nosotros.

Los vietnamitas lucharon por una causa justa, el objetivo no era ganar, sino seguir jugando por su libertad. Era hacer avanzar algo más grande que ellos mismos. Por eso, cuando hay una causa justa, una razón para ir a trabajar es más grande que cualquier victoria en concreto, nuestros días tienen más sentido y nos sentimos más realizados. Simon nos dice que una causa justa define a dónde vamos. Describe el mundo en el que esperamos vivir y que nos comprometeremos a ayudar a construir. La causa justa en la que trabajamos es lo que da sentido a nuestro trabajo y a nuestra vida. Una causa justa nos inspira a estar concentrados más allá de las recompensas finitas y las victorias individuales.

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