Salvador Hernández Vélez

Los tiempos nos muestran que vivimos en una sociedad muy permisiva. En esta tercera década del siglo 21, somos integrantes de una sociedad que tolera el goce, o bien, que lo permitimos. Incluso se promueve esa tolerancia al goce, algunos se atreven a decir que es un derecho humano. Se sostiene que el goce se debe tolerar, siempre y cuando sea saludable, siempre que no atente contra nuestra estabilidad psíquica y biológica. Pero, ¿cómo saber hasta dónde debe tolerarse? ¿Cómo saber hasta qué punto se tolerará o no el goce?

Hoy aceptamos un pastel, pero que sea con azúcar light; un chocolate, pero que no tenga grasa; incluso una Coca Cola, pero cero azúcar. Si nos ofrecen un café después de una comida, lo aceptamos pero que sea sin cafeína; o una cerveza, decimos sí, pero nos cercioramos de que sea sin alcohol. Y si es un sandwich, que sea con mayonesa light. Y si se trata de sexo, sí, pero que sea seguro. El otro día, durante una comida, una persona comentó sentirse mareada por haber bebido en exceso, y un amigo le dijo: ¿pero cómo?, si las cervezas que estás tomando son sin alcohol.

Estas cuestiones me recuerdan una situación que me tocó observar en un restaurante de Torreón. Estábamos un grupo de amigos, platicando, arreglando y desarreglando el mundo. Se acercó la joven que nos atendía a ofrecernos café. Ella preguntó: ¿Café descafeinado o normal? Varios en fila pidieron descafeinado, alegando que el normal les quitaba el sueño y les provocaba ansiedad. Al servirlo se le acabó, y como otros también le habían solicitado café descafeinado, se volteó y de la jarra de café dizque normal, vació el contenido en la de descafeinado. Y al final de cuentas, a todos nos sirvió café normal, aunque algunos creyeron que era descafeinado.

Esto sucede porque como dice Slavoj ŽiŽek: “Lo que estamos presenciando hoy es la mercantilización directa de nuestras experiencias. En el mercado compramos cada vez menos productos (objetos materiales) que queremos poseer, y adquirimos cada vez más experiencia de vida –experiencias de sexo, gastronomía, comunicación, consumo cultural, que forman parte de un estilo de vida”. Esto es, no compramos productos por la utilidad, ni tampoco como símbolos de estatus; es por la experiencia que nos brindan, los consumimos para hacer que nuestra vida sea más placentera y significativa. Y hasta nos lo creemos.

Cuando compramos alimentos orgánicos, lo que realmente estamos pagando, es una experiencia cultural determinada, en este caso, como dice en la etiqueta, un “estilo de vida saludable y ecológico”. Así, comprando mostramos ante los demás “nuestra preocupación por el medio ambiente” y “nuestra responsabilidad social con los productores”. Entonces, sentimos que “apoyamos” a una comunidad marginada. Aunque sean los intermediarios los que más ganan.

Todo esto empezó en la década de 1970. Es decir, emergió una nueva forma de capitalismo. Žižek sostiene que el nuevo capitalismo se apropió triunfante de la retórica del 68 contra las jerarquías, presentándose como una exitosa rebelión libertaria contra las opresivas organizaciones sociales del capitalismo corporativo y el socialismo “realmente existente”. Este nuevo espíritu libertario está encarnado por capitalistas cool, vestidos de manera sencilla, como Bill Gates.

A mediados de la década de 1970, observamos un directo y brutal empuje hacia el alejamiento de toda participación sociopolítica concreta, hoy en día, sentimos las consecuencias de este alejamiento. Si mayo del 68 fue una rebelión con una visión utópica, un rechazo al sistema capitalista liberal, las revueltas del 2005 fueron un estallido sin ningún tipo de visión.

Pero hoy, lo que la realidad virtual proporciona, es la realidad misma despojada de su sustancia. Por ejemplo, el café descafeinado tiene el mismo aroma y sabor que el café real, sin ser la cosa real. En el mercado actual, encontramos toda una serie de productos despojados de sus propiedades malignas: café sin cafeína, crema sin grasa, cerveza sin alcohol, y la lista continúa. Pero creemos que cuando los adquirimos no sólo compramos y consumimos un producto, también hacemos algo significativo, mostramos nuestra preocupación y conciencia global, y participamos en un gran proyecto colectivo. Y nos sentimos bien.

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