Salvador Hernández Vélez

En estos días pasados, como ha sucedido año con año, después de aplicar el examen de admisión, vienen los reclamos de los jóvenes aspirantes que no pasaron y que consideran que alguien los obstaculizó. Cabe mejor aclarar que los reclamos son de los papás, ellos están convencidos que sus hijos sí aprobaron, sólo que por “mala fe”, los reprobaron. En la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC), desde que apareció la pandemia de COVID-19, los exámenes se aplican por medios digitales, lo que permite grabar a cada estudiante mientras presenta su examen. Si se le descubre copiando o comunicándose con alguna persona se capta en la cámara, lo que hace posible revisar si el reclamo del papá procede. Luego de la evidencia presentada, se demuestra que no hay mala fe en la evaluación del estudiante. Y el papá o la mamá, generalmente, ante la evidencia, tratan de justificar a su hijo porque dicen que la presión del examen es la que lo obligó a esas actuaciones. Es una actitud muy arraigada el querer justificar la conducta del joven. De ninguna manera aceptan la responsabilidad del joven.

Esta situación Byung-Chul Han la describe como la cultura de la complacencia. En su libro “La Sociedad Paliativa”, pone sobre la mesa la actitud acomodaticia que nos caracteriza en el siglo 21 a los habitantes de este planeta. En las primeras páginas del texto, recurre a una frase de Ernst Jünger: “¡Cuéntame qué es para ti el dolor y te diré quién eres!”. Sostiene que la relación que tenemos con el dolor revela el tipo de sociedad en que vivimos. Estamos transitando hacia una sociedad que le tiene un pavor irracional al dolor. En el proceso educativo, como en política, se rehúye a las confrontaciones dolorosas. Así la política y el proceso educativo se acomodan en una zona paliativa y en consecuencia pierden su vitalidad. Y evitamos llevar a cabo reformas profundas que pudieran ser dolorosas. Mejor recurrimos a los analgésicos, que sólo surten efectos provisionales y en vez de ir al fondo de las cosas, a lo más, tapamos las disfunciones y los desajustes sistemáticos. No tenemos el valor de enfrentarnos al dolor. De esta manera todo es una mera continuación de lo mismo. Esto es, nos movemos, hacemos cosas, pero como en una banda estacionaria no avanzamos, seguimos en el mismo lugar.

Estamos anclados en la cultura del like, en la del “me gusta”, y sólo estamos consolidando una cultura de la complacencia. Y por tanto nuestros likes tienen que adoptar formas que los haga consumibles, agradables. Como dice Byung se añade a los bienes de consumo una plusvalía cultural, prometiendo vivencias culturales y estéticas, el comercio tiene que ser complaciente. Hoy con un mensaje puedes solicitar casi todo lo que requieres, sin molestarte a ir de compras. Sin molestarse para cocinar, si deseas unas gorditas, pídelas por un servicio de Uber. Hoy se está posicionando una actitud de complacencia que no sabemos todavía a dónde nos llevará.

Antes, en la sociedad del bienestar, lo más importante era mejorar las condiciones sociales; en la sociedad paliativa lo que se busca es mejorar los estados anímicos. Pero esto conduce a un problema, cada quien sólo se preocupa por sí mismo, por su propia felicidad. Antes la felicidad era un asunto comunitario, hoy es un asunto privado. Esta forma de felicidad conduce a una pérdida de la solidaridad, nos lleva al aislamiento. El autor del libro “La Sociedad Paliativa” afirma: “Por eso, en lugar de revolución lo que hay es depresión”.

Incluso, producto de la pandemia, asumimos sin hacer preguntas la restricción radical de derechos fundamentales. Acatamos sin rechistar, el estado de excepción, que reduce la vida a la pura supervivencia. La vida es despojada de toda narrativa que le otorgue sentido. Hemos perdido por completo aquellas prácticas culturales que daban estabilidad a la vida, impera la histeria por sobrevivir. La pandemia conmociona al capitalismo, pero no lo elimina. Lo que priva es una calma tensa. La cuarentena no condujo a la ociosidad, sino a una inactividad impuesta. Ahora, en la quinta ola de la pandemia, nuestra sociedad está muy debilitada inmunológicamente, en un estado de shock que la paraliza. Luchamos contra un virus que es un enemigo invisible. Y estamos sometidos a una autocomplacencia que, en el terreno económico, ya empezamos a sufrir sus efectos.