Salvador Hernández Vélez

Con motivo del día de las madres me preguntó una amiga: “¿Y cómo eran sus abuelas?, ¿a qué se dedicaban? –y agregó– Escriba sobre ellas”. Y aquí va. En primer término, debo decir que mis abuelas eran mujeres empoderadas, porque tenían autoridad, influencia y una visión muy clara de su comunidad y de su tiempo. En la familia se les respetaba. Para sus tiempos tuvieron un rol protagónico, en cierto sentido, fuera de época. Mi abuela María Adriano nació en enero de 1898, a finales del siglo 19 en Viesca, Coahuila, y falleció en los noventa del siglo 20 en Torreón, Coahuila. Sus padres fueron Cacimiro Adriano y Felipa Escobedo. Mi abuela materna fue partera empírica y curandera, curaba con herbolaria medicinal y yerbas del monte. Su conocimiento lo había adquirido de su mamá y su abuela. Cuando le preguntábamos de qué curaba, decía que, de susto, empacho, latido, que sobaba para quebrar las anginas y daba masajes para aliviar dolores. No le ponía precio a su trabajo de partera y curandera. Si la gente le ofrecía un pago por sus servicios, lo aceptaba, y parte lo utilizaba para comprar yerbas y pomadas.

Vivió más de noventa años, y ejerció su oficio de partera más o menos por unos 55 años, según sus cuentas o sus decires. Platicaba que dejó de atender partos “hasta que las fuerzas ya no le dieron para sacar al chilpayate”. Su primera hija, mi tía Adela, nació en 1914. Mi abuela tenía 16 años y a esa edad ya era ayudante de su mamá. Desde muy joven, por su oficio tenía que estar fuera de la casa en diferentes horarios, de noche, de día de madrugada, a todas horas. Mi abuelo Santiago la apoyaba y respetaba su trabajo. Entonces, la mayoría de las mujeres casadas se la pasaban en sus casas atendiendo al marido y a sus descendientes, no trabajaban fuera de la casa, sin embargo, a mi abuela materna no la recuerdo en la cocina. Le llamábamos mamá María. Era muy firme en sus decisiones y muy mandona.

Mi abuela paterna Eloísa Cuevas, nació en 1903, un 3 de agosto, fue bautizada el 9 de agosto de 1903, en Miguel Auza, Zacatecas. Sus padres fueron Manuel Cuevas de los Ríos y María del Refugio Núñez de la Cruz. Él era viudo, nacido en la Hacienda de Crucecitas, Durango; ella era originaria de San Miguel del Mezquital, hoy Miguel Auza, Zacatecas. Sus abuelos paternos fueron Jesús Cuevas y Coleta de los Ríos, y los paternos, Ciriaco Núñez y Manuela de la Cruz. Manuel Cuevas tenía 38 años al casarse y María del Refugio, 27.

Mi abuelo Enrique Hernández casi toda la semana se la pasaba en la sierra, en las minas que explotaba. Mi abuela siempre estaba al tanto de las actividades del hogar. Doña Eloísa se encargaba del funcionamiento de la casa, de que hubiera leña, agua, de la administración de las chivas, de los suministros de los combustibles. Nos mandaba a todos a limpiar los corrales, a que desgranáramos el maíz de las mazorcas para hacer el nixtamal y en la mañana llevar el grano ya cocido en agua y cal al molino, muy temprano, para que la señora que le ayudaba preparara las tortillas para el desayuno. Todo bajo la supervisión de mi abuela. Nadie chistaba. Todos obedecíamos. Era muy firme, muy determinante.

Además, era la rezandera, y en cierto sentido la encargada de la pequeña capilla que había en la comunidad minera en que vivíamos. Hospedaba a los dos profesores que atendían la escuela primaria. Y cuando asistía el cura de la cabecera municipal lo hospedaban y atendían en la casa de mis abuelos. Rezaba el rosario casi todos los días en la casa, nos ordenaba que debíamos estar todos. Observábamos que le daba doble vuelta al rosario, pues después de la penúltima cuenta volvía a empezar. Era muy católica. A diferencia de mi abuela materna que nunca nos invitaba a rezar, nos decía que fuéramos a misa, pero recalcaba que lo más importante para allegarnos a Dios era servir al prójimo, que sólo rezando no se llegaba a Dios. Tenían diferentes visiones de cómo estar bien con Dios. Para una era más importante rezar, para la otra, entregarse al prójimo. Ellas fueron mis abuelas. Dos mujeres maravillosas con diferentes visiones de la vida. En la casa ellas mandaban. Cada una a su manera, pero al final de cuentas se imponían. Muy mandonas. En la casa nadie les rezongaba. Ni sus maridos.

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