Salvador Hernández Vélez

La Laguna sufrió una implacable sequía. Duró unos diez años, de 1948 a 1957. Ya de por sí el nivel de precipitación promedio es de 220 mm de lluvia al año, y sin llover las consecuencias son incuantificables. Por ejemplo, en la sierra de las Noas, que colinda al poniente con la ciudad de Torreón, la agavácea victoriae-reginae, conocida como noa, casi desapareció por esa sequía. Todavía se pueden encontrar algunos ejemplares de ese maguey que está en extinción, en el cañón del indio, cerca de la planta de Cementos Mexicanos. Esta especie endémica de esa región del país requiere de cuidado y conservación. También el cultivo del algodón en esos años se colapsó, una parte por la sequía y otra parte por los precios.

El cultivo del algodón fue el eje central del desarrollo de esta región enclavada en el desierto que, sin duda, entre otras cuestiones, determina la idiosincrasia del lagunero. Este cultivo posibilitó el aumento demográfico y la presencia del ferrocarril lo consolidó, con la electricidad, el teléfono, los bancos. El asentamiento de diferentes grupos de personas forjó el rumbo histórico de esta parte del país. Sin duda que la producción de algodón requirió, no únicamente de empresarios que invirtieran, sino también de trabajadores agrícolas, que han sido una fuerza para el impulso de la Comarca Lagunera. Atraídos por la siembra del algodón llegaron duranguenses, zacatecanos, michoacanos, guanajuatenses, saltillenses, regiomontanos, potosinos, chihuahuenses, y de otras partes del país. También arribaron griegos, sirios, libaneses, chinos, americanos, ingleses, franceses, holandeses, suecos, alemanes, españoles y de otras regiones del mundo. Esta población era principalmente adulta.

Estas diferentes personalidades, de distintas partes del país y del mundo, nutrieron la conformación social de la Laguna, caracterizada por una buena dosis de liberalidad, de dinamismo social, y mucho menos recelosos que los pobladores que viven en otras zonas del país. En Torreón, a diferencia de muchas otras ciudades del país, la plaza de armas no tiene iglesia católica, ni presidencia municipal. Esta región agrícola cambió sus campos de algodón por vid, nogal y cultivos forrajeros: sorgo, maíz, trigo, avena y alfalfa, para alimentar el ganado lechero de esta cuenca. Es hoy un consolidado emporio, que contribuye en gran medida con la alimentación del país, con productos cárnicos de gran calidad, huevo, pollos, leche y quesos. Esto la ubicó en pocos años como una gran región agropecuaria. Con un importante desarrollo tecnológico y comercial.

La Laguna, apenas con unos 150 años de desarrollo, donde se encuentran las ciudades de Gómez Palacio, Durango, con 115 años de vida y Torreón, Coahuila, con 114 años, con sus crisis y sus apogeos, ha tenido un desarrollo muy acelerado. Era una región desconocida y ausente de los mapas hasta prácticamente finales del siglo 19. Por ejemplo, la ciudad de Torreón vivió una gran transformación en sus primeros treinta años. En ese periodo pasó de rancho a estación de ferrocarril, de congregación a villa, y en 1907 recibió el rango de ciudad. Esta metamorfosis, en tan poco tiempo, quizá jamás se ha dado en otra ciudad el país. La peculiaridad de haber atraído gentes de tan diversas partes del mundo y del país, le da una identidad muy particular. Tal vez en esa mescolanza de costumbres, religiones, modos de vida, visiones, reside el tinte lagunero.

En 1887, Andrés Guillermo Eppen Aschenborn, de descendencia prusiana, junto con otras personas, construyeron el primer fraccionamiento que dio origen a Torreón, le encargaron elaborar el plano al ingeniero Federico Wulff, nacido en San Antonio, Texas, cuyo padre era de nacionalidad alemana y su mamá descendiente de españoles. No fue hasta 1893 que la localidad alcanzó el grado de villa. Cuando Torreón tenía unos pocos cientos de personas, las ciudades capitales de Coahuila, Durango, Chihuahua y Nuevo León, ya contaban con una buena cantidad de habitantes y varios siglos de haber sido fundadas. Torreón para inicios del siglo 20 contaba con 13 mil 845 habitantes, y al comienzo de la Revolución Mexicana, en 1910, tenía casi los mismos habitantes que Saltillo. Para 1940, había aumentado a 76 mil 718. En esta región noreste, Torreón era en ese tiempo el segundo centro ferroviario más importante, después de Monterrey.

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