Salvador Hernández Vélez

La elección del primer domingo de julio pasado cimbró el sistema de partidos. Se evidenció lo que ya venía desde el inicio de este siglo: la desconfianza hacia los partidos y la esperanza de un cambio. En México, Morena se constituyó en partido político hace cuatro años. El 9 de julio de 2014 obtuvo su registro como partido nacional ante el INE. Sin embargo lo que se aprecia es: más que ganar Morena ganó AMLO. Después de más de 12 años en campaña, en la que primero fue dos veces candidato del PRD, percibió que con ese partido no ganaría la elección, que también era un partido que ya gozaba de un grado de desconfianza preocupante. En la elección de 2006 perdió ante Felipe Calderón, del PAN, por un muy pequeño margen y en la de 2012 fue derrotado por Peña Nieto del PRI.

AMLO comprendió que el PRD iba en picada y en el 2011 fundó Morena como movimiento para impulsar su candidatura. No alcanzó a consolidarse para ganar en el 2012, pero tres años después pasó de movimiento a partido formalmente –le era indispensable para registrar su candidatura, no tenía otra alternativa, en su partido nadie le iba a competir, como sucedió–, deslindándose del PRD, y este 2018, luego de siete años, llegó a la Presidencia de la República. Morena por sus características sigue siendo en los hechos un movimiento, con un líder que decide todo. Ello lo coloca no en una “presidencia imperial”, en el México de un sólo hombre, con un partido hegemónico, más bien estamos frente a un caudillo, una persona que a la vez que será Presidente será también líder de Morena. No puede haber sumisión del partido al Presidente, si no hay un partido estructurado, liderado formalmente por otros cuadros morenistas. Hoy será el partido de un sólo hombre, de un sólo líder hegemónico, más que carismático, místico. En las entidades federativas, Andrés Manuel López Obrador es el que impone su voluntad, ¿por ejemplo, quién es el líder de Morena en Coahuila?

Los otros partidos quedaron muy diezmados. En la Cámara de Diputados Morena es la primera fuerza con 185 diputados, el PAN en segundo lugar con 83, el PT es tercera fuerza con 62, el PES en cuarta posición con 55, el PRI pasó de ser primer fuerza en la elección de 2015 a un quinto lugar con 47, la sexta es el MC con 29, la séptima es el PRD con 21, la octava es el PVEM con 16 y la novena es el PANAL con dos. El PAN conserva muy por debajo su posición de segunda fuerza de un sexenio a otro. El PT, que estuvo a punto de perder su registro en 2015, ahora por el efecto AMLO resulta ser la tercera fuerza; en la elección intermedia pasada, por la anulación de la elección en un distrito federal electoral de Aguascalientes, se le abrieron las puertas de la negociación y la libró para ser partido nacional y poder competir en este 2018, y el PRD pasó a un séptimo lugar. Sin embargo el PES, con 55 diputados, pierde su registro y también el Panal.

Sin duda hubo una gran transferencia de votos, los votantes son más volubles, en consecuencia el sistema de partidos quedó deshecho. En 2000 y en 2006 llegó la posición centro derecha, en 2012 la centro izquierda y en el 2018 la izquierda. Los votantes pasaron del PAN al PRI y ahora a Andrés Manuel. Fue muy evidente que los electores cada vez son menos leales a un partido ¿Por cuánto tiempo serán leales a AMLO? ¿Aguantarán hasta la próxima elección presidencial, hasta el 2024?

La elección del 1 de julio evidenció que las convulsiones políticas son la marca electoral de este Siglo 21. En 2015, 2016, 2017 y en este año los terremotos electorales han ido aumentando su escala. El voto duro de los partidos está cada vez más disminuido, asimismo el número de afiliados va a la baja y por los resultados el “partido de los indecisos” es el que decide una elección.

Otro problema que enfrentará AMLO es que, sin una estructura partidaria legitimada, la gobernabilidad será más complicada. Ya de por sí gobernar en los tiempos del mundo globalizado es cada vez más difícil. Cada vez más se requieren grandes obras de infraestructura y no hay dinero para hacerlas. La soberanía del País está más amenazada. Los gobiernos están más sometidos a poderes supranacionales. Están atados a la deuda, a las agencias extranjeras de calificación crediticia, a las empresas multinacionales y a los tratados internacionales. En suma la democracia va perdiendo más fuerza, cada vez es más perturbador el escenario.

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