Salvador Hernández Vélez

He leído varios libros sobre el café. “La Taza del Diablo. La Fuerza Impulsora de la Historia”, texto de Stewart Lee Allen, quien se autonombra antropólogo social del café, es sin duda una travesía geográfica, histórica, turística, sociocultural y degustativa del café. Después de leerlo le agregas una pizca de misticismo al café. Otro libro sobre el café es “Catálogo de los Aromas del Café”, de Anthony Capella, en esta novela el protagonista, Robert Wallis, es un joven aspirante a poeta que se ve casi obligado por las circunstancias a aceptar una misteriosa propuesta para elaborar una guía que posibilite a los comerciantes de café del mundo catalogar sus productos, sirviéndose de unos parámetros comunes y prefijados.

En el libro “El Cazador de Historias”, de Eduardo Galeano, en un apartado dice: “En el viaje del café: El café había brotado en Etiopía, hacia millones de años, nacido de las lágrimas negras del dios Waka. Quizás el dios lloraba las desgracias que el café iba a traer... a los millones de esclavos que serían arrancados de África…”. Y agrega que el Siglo 21 no está resultando ser un gran siglo. Los abusos de un sistema formado por ricos cada vez más ricos y jodidos muy jodidos están a la orden del día.

En enero de este año llegó a mis manos el libro “Café Negro como la Noche, Fuerte Como el Amor”, de Victoria García Jolly. Me acordé que hace un año que andaba en campaña por la rectoría de la UAdeC me contabilizaron los litros de café que tomé en 15 días de campaña, por eso cuando leí en la contraportada de este pequeño libro que era “una lectura divertida”, a través de un sinnúmero de anécdotas, me decidí leerlo.

García Jolly nos comparte: “Te levantas, te sientas en la orilla de la cama, sientes frío, te cierras bien el suéter, te vas a la cocina, haces café, estás agradecida. Y cómo no estarlo si el café es lo que cada día me vuelve a la vida”. Coincido con ella en que el café convoca a disfrutarlo por su gusto, por su aroma, por su ritual, por sus tazas y sus jarras, por sus cafeteras y sus modos de preparación, por su cultivo, sus flores, sus cerezas y sus granos. El café, como decía mi amigo Adrián Macedo, es por sí mismo una bebida que no hay que echarla a perder con azúcar.

Tengo desde hace un año una planta de cafeto, en la oficina que ocupo en la rectoría, me la regaló mi amigo el médico Julio Martínez Coutiño, pediatra originario de Chiapas que vive en Saltillo. La planta se ha desarrollado muy bien, ya se aclimató. Me sugirió que la conservara ahí en la oficina porque es una muy buena compañía que atrae las agraciadas vibras.

La escritora anteriormente citada confiesa que detesta el café instantáneo, pero acepta que aunque parezca contradictorio a veces pide un espresso descafeinado en alguna cena. En mi caso ni por cortesía acepto un café instantáneo y nunca pido un descafeinado. Pero confieso que sí me gusta el café deslactosado light. En una ocasión solicité a una empleada de un restaurante en Zacatecas un café turco, de rato regresó para confirmar si de veras quería ese café. Al confirmarle mi pedido me espetó en la cara, por supuesto con una disculpa por delante, que “le habían tocado muy pocos clientes que estuvieran loquitos, que les gustara el café turco”. Regresó con el café y todavía me preguntó, “sí se lo va a tomar”. Por supuesto que lo disfruté.

Algunas anécdotas que nos comparte la autora. El músico Johann Sebastián Bach era cafemaníaco al punto de que una de sus más célebres cantatas es la “Oda al Café” que compuso en 1732. Honoré de Balzac, el gran escritor francés cuya gigantesca obra concluyó antes de los 51 años, se entregaba infatigable a sus tareas gracias al consumo inmoderado de café. Se estima que al escribir “La Comedia Humana” bebió la exorbitante cantidad de 50 mil tazas de café. El papa Clemente VIII aseguró que sería un pecado dejar que sólo los ateos disfrutaran de una bebida tan deliciosa como el café y que “venceríamos a Satanás al bendecirlo por crear una bebida verdaderamente cristiana”.

Dice un cafeinómano anónimo que “El creyente” sostiene que “todo el mundo debería creer en algo… Yo creo que me haré otro café”. T. S. Eliot dijo: “Podría medir mi vida con cucharitas de café”. Para cerrar este escrito dejo la siguiente cita de James Mackintosh: “El poder de la mente del hombre es directamente proporcional a la cantidad de café que bebe”.

@SalvadorHV

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