Salvador Hernández Vélez

En esta ocasión comentaré el libro “Desobediencia civil y otros ensayos”, de Thoreau Henry David. La clave para un buen gobierno, está en promover que cada persona tenga la posibilidad de convencerse del tipo de gobierno que desea, ello lo impulsaría a respetarlo y así seguramente lo tolerará. El hombre no nació para respetar la ley por propia voluntad, el derecho y el civismo nos la han impuesto, por eso el hombre es en cierta medida potencialmente un agente de la injusticia. Por ejemplo, algo que parece un mínimo detalle, esto es, si podemos pasarnos un alto, lo hacemos, porque tal vez llevamos mucha prisa, y no podemos aguantarnos unos minutos, o tal vez como dice la gente “ese va a recibir herencia, y si llega tarde ya no le va a tocar”.

El derecho a negarse a la obediencia y poner resistencia al gobierno cuando éste es arbitrario, intolerante o es ineficiente, abona a que la gente menos lo tolere. Pero queremos justificarnos argumentando que las masas no están preparadas, nos engañamos solos; pero las mejoras son lentas, no pueden ser de otra manera, porque tampoco, los pocos, no son ni más sabios ni mejores que los muchos. Muchas veces son más incivilizados, más en un mundo donde sienten que se viola su “libertad individual”, no entienden que la libertad es relacional. El hombre sabio no deja el bien a la benevolencia de la ocasión, ni desea que prevalezca por el poder que la mayoría le otorga al gobernante en un día de votación. Lo más paradójico es que bajo un gobierno que encarcela injustamente, el verdadero lugar para un hombre justo está en la cárcel.

En cuestión de decisiones político-administrativas hay que vivir dentro de sí mismo y depender de uno mismo, siempre arremangado y listo a arrancar, sin tener muchos asuntos pendientes. Dice Thoreau, yo no entendía por qué el maestro de escuela tenía que pagar impuesto para sostener al cura, y no el cura para sostener al maestro, así yo no fuera maestro del Estado, sino que me sostenía por suscripción propia. Y agrega no ha aparecido en América el genio legislador. Son raros en la historia del mundo. Hay oradores, políticos, y hombres elocuentes por miles; pero aún no ha abierto la boca el que tiene que formular las preguntas más molestas, ni se lo plantea, por temor o comodidad. Nos gusta la elocuencia en sí misma y no por la verdad que contenga o por cualquier acto heroico que inspire. Nuestros legisladores no han aprendido todavía el valor comparativo del libre cambio y la libertad, la unión y la rectitud hacia la nación. No tienen genio ni talento para hacerse preguntas humildes sobre impuestos y finanzas, comercio, manufactura y agricultura.

Thoreau Henry David sostiene con respecto a la auténtica cultura y a la hombría del bien, que somos aún esencialmente provincianos porque no adoramos la verdad sino el reflejo de la verdad; porque estamos pervertidos y limitados. El hombre que me impone sus buenos modales actúa como si se empeñara en mostrarme el cuarto de sus colecciones, cuando lo que yo quería era verlo a él. No fue este el sentido con el que el poeta Decker llamó a Cristo “el primer auténtico caballero que jamás haya existido”.

Y apunta, eso que llaman política es algo tan superficial y poco humano que en la práctica nunca he reconocido que me interesara. Los que se han educado en la escuela de la política son incapaces una y otra vez de enfrentarse a los hechos. Sus medidas lo son a medias. Posponen la fecha de la decisión indefinidamente y mientras tanto, el problema se incrementa.

Me gustaría que mis compatriotas consideraran que cualquiera que sea la ley humana, ni un individuo ni una nación deben cometer el menor acto de injusticia contra el hombre más insignificante, sin recibir por ello un castigo.

Para finalizar la ley nunca hará libres a los hombres, son los hombres los que deben hacer libre a la ley. Los amantes de la ley y el orden cumplen la ley cuando el gobierno la infringe. Pero la mayoría cae en la tentación de infringirla, pues el gobierno alienta esas malas prácticas, y sin pretenderlo construye un sistema de complicidades en donde muchos participan, ahí está el ejemplo de la informalidad. Sostienen que para qué pagar impuestos si al cabo no mejoran los servicios, y de que ellos se beneficien o el gobierno se quede con él, mejor no pagar.

@SalvadorHV

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