Salvador Hernández Vélez

El deseo de desarrollar actividades de senderismo es una voluntad deliberada por caminar en algún sendero en el monte, una vereda, un camino o simplemente recorrer un atajo para disfrutarlo. Ser senderista en cierto sentido es ser nómada. Tener la inclinación para amar las rutas, y si son en zonas desérticas hay que tenerles mucho más cariño porque hay que aguantar las inclemencias del sol; también las espinadas, en las caminatas largas e interminable, sinuosas y zigzagueantes. Ser senderista nos permite hacer a un lado el disfrute de la madriguera, oscura y cómoda, en un grato sillón acechando la pantalla digital ya sea en un visor de plasma o en un smartphone.

En el transcurso de la vida uno se descubre nómada o sedentario, aficionado al vaivén, a los traslados o al regocijo de un sofá. La diferencia se aprecia sin lugar a dudas en el contexto rural, entre los cabreros y los labradores. Mientras unos, los chiveros, recorren vastas extensiones y pastan a sus manadas sin otra inquietud que la de cuidarse de los depredadores, sólo siguiendo simples reglas y acuerdos; los labradores en cambio se afincan, cimientan poblados y fraguan la comunidad, la política, el derecho, la autoridad, el Estado y la República.

El senderista apiña el deleite por el movimiento, la manía por la movilidad, el amor por la libertad y la pasión por la improvisación de sus alharacas y acciones. Estas expresiones uno las observa en los otros senderistas o en los encuentros en alguna vereda. Con una cara de satisfacción muestran su inclinación por su obsesión.

Sin embargo, los caminantes tienen que lidiar con la gente que hoy está más en la comodidad de la inactividad que los impulsa a estar más tiempo en un lugar dado, en un momento preciso. No obstante, el entorno del sedentarismo les pone todo destino al alcance de la mano hoy en día, a través de un smartphone o una pantalla. Y también porque la modernidad del transporte así lo permite

A los senderistas testarudos les entusiasman las montañas, los arroyos, los cañones y las llanuras para caminar. Sin duda los mueve el deseo de ver un animal peculiar, encontrar una cactácea en extinción, las ganas de divisar una mariposa rara, llegar a la cima de una montaña, conseguir la foto de un ave, de un nido o de un fósil petrificado. Y al llegar a la meta se constata cómo palpita el corazón, me consta.

Los senderistas abrigan emociones, sensaciones, percepciones, en su alma y mente fantasiosa. Oler, apreciar colores, saborear perfumes (por ejemplo de un orégano), acariciar sonidos, sentir temperaturas, vibrar con los ruidos, todo se recrea en la memoria. Caminar, ejercitarse en un atajo o en un arroyo confirma que senderear perturba todos los sentidos. Al senderear podemos hablar, simpatizar, intercambiar, contarnos la vida sin complejos, sin contención, el ambiente lo permite de manera espontánea. Reina en esos lugares una atmósfera que es parte del entorno y de la circunstancia del momento.

Lejos de las reciedumbres sociales y de los convencionalismos, de las regulaciones colectivas y de los usos comunitarios, el senderista se codea de gente inclinada a la charla. Se comparten cosas sin importancia, se pormenorizan rebanadas de existencia, se insiste en fragmentos de vida simplona, transformados en momentos trascendentales, susceptibles de hacernos parecer destacados, indispensables, notables. En el sendero de nadie, la proximidad genera la palabrería y los asuntos predilectos: las odiseas de senderear, las confidencias insignificantes, las vagas meditaciones acerca de cómo va el mundo, van aderezando la caminata.

Un peculiar magnetismo se propaga entre los senderistas. Las ganas, las convicciones, las determinaciones, las voluntades vaporizan los cansancios, las molestias, los decaimientos, las debilidades. Sentir ardientemente al cuerpo, existir en el sosiego de un instante vivido de modo casi sobrenatural, insólito y soberbio. No se camina en un sendero para curarse uno de sí mismo, sino para curtirse, reanimarse, sentirse y saberse con mayor astucia. Entiendo cada paseo como un momento que es parte de un movimiento más general, y no como un movimiento por sí solo. La búsqueda de uno mismo se acaba en el momento del último aliento. Hasta el borde de una cima. De lo que se trata es de seguir persiguiendo siempre la vida.

@SalvadorHV

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