Salvador Hernández Vélez

Ni la fuerza de un sismo, de un huracán o un sifón ha colapsado todo al planeta, como hoy un microscópico virus lo está haciendo. 

Nos puso a temblar a todos. Paralizó la economía del mundo. Nos ordenó “quédate en casa”. Se nos impuso una vida diferente, ya llevamos lo que va de este año 2020 y seguimos encerrados. Nos enfrentamos a un virus con una enorme facilidad de transmisión, el mercado que todo “lo iba a resolver” se arrodilló. Hoy tanto el mercado y las autoridades han tenido que reconocer que sin la participación consciente y decidida de la sociedad no hay forma de enfrentarlo. Peter Sloterdijk apunta que “el compromiso individual dirigido a la protección mutua, marcará la nueva manera de estar en el mundo”.

¿Cuál será la nueva manera en que habitaremos la tierra? Sloterdijk nos comparte su reflexión: “El mundo en su concepción como gigantesca esfera consumista está basado en la producción colectiva de una atmósfera frívola. Sin frivolidad no hay público ni población que muestre una inclinación hacia el consumo. Este vínculo entre la atmósfera frívola y el consumismo se ha roto. Todo el mundo espera ahora a que se vuelva a reconectar ese vínculo, pero va a ser difícil. Tras una disrupción tan importante, el regreso a los estándares de frivolidad no va a ser fácil”. Además, apuntalar la economía a las tasas en que venía creciendo, tampoco va a ser fácil.

Lo anterior me remite al libro de Byung-Chul Han, “Loa a la Tierra. Un viaje al jardín”. Sus reflexiones son un grito desesperado: recuerdan y lamentan cómo la humanidad no sólo ha abandonado su lugar originario, sino que de hecho lo está destruyendo. Este texto es una incitación a cambiar el rumbo que estamos tomando. “El jardín” de Han es un espacio de reencuentro con la tierra, donde practica la meditación: “El trabajo ha sido para mí una meditación silenciosa, un demorarme en el silencio”. Las reflexiones van desde los sencillos tanteos de un novel jardinero, hasta profundas meditaciones sobre la percepción del tiempo. La reflexión estética, que realiza en su jardín es sobre la simbología de las flores. Es aquí donde las dos caras del filósofo y el jardinero, se fusionan para recordarnos que el conocimiento no se reduce a los manuales, sino que es una disertación con la realidad. Sin duda es un filósofo que se nutre de su jardín.

Así como Byung-Chul nos confiesa que sintió “una aguda necesidad de estar cerca de la tierra”. Ojalá que esta experiencia que estamos viviendo con la emergencia sanitaria nos haga reflexionar que requerimos una nueva relación con la Tierra, que hoy lamentablemente está expuesta a una explotación total, la estamos deteriorando. Deberíamos volver a aprender a asombrarnos de la tierra, de su belleza y su extrañeza, de su singularidad. En el jardín, agrega Han, experimento que la tierra es magia, enigma y misterio. Cuando se la trata como una fuente de recursos que hay que explotar, ya se ha destruido. Hoy nos dedicamos a explotarla brutalmente, a desgastarla y, así la destruimos. También expone: “Es una tarea urgente, una obligación de la humanidad, tratar con cuidado la tierra, pues ella es hermosa, e incluso esplendorosa”.

La pandemia del COVID-19 nos ha evidenciado que hemos perdido por completo la admiración a la tierra. Ya no nos remitimos a ella, nos conformamos con verla en la pantalla de un aparato digital, de esa manera tratamos a la tierra como un ser muerto, no como un organismo viviente. Pero el coronavirus nos despertó y nos recordó que la tierra tiene mucho mas mundo que la pantalla de un ordenador.

He aquí las palabras de Han, que nos ubican de cómo debe ser nuestra relación con la naturaleza: “La tierra que hoy lamentablemente está expuesta a una explotación total. Está siendo deteriorada a fondo. Deberíamos volver a aprender a asombrarnos de la tierra, de su belleza y su extrañeza, de su singularidad, porque la tierra es magia, enigma y misterio”.

Han nos convoca a no tratar a la tierra como una fuente de recursos inagotable, que hay que explotar. Esta forma de relacionarnos con ella nos ha llevado a destruirla, día a día. Y remata con lo siguiente: “Hoy sólo nos ocupamos del ego. Todos quieren ser alguien, hacerse notar, todo el mundo desea ser auténtico, ser distinto a los demás. Por eso todos son iguales. Echo de menos a seres anónimos”.


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