Salvador Hernández Vélez

La semana pasada escribí sobre la pandemia de 1918. Que mi abuela materna siempre nos platicó que habían combatido la enfermedad comiendo lo que producían en sus huertos: mucha cebolla, ajo, chile y tomate, y mucha limpieza. Usaban mucho la cal y la sal para desinfectar y mantener sus espacios libres de los virus. Sin duda, una vez que se levante la cuarentena, el coronavirus ahí va a estar, acechándonos, y lo más seguro es que todavía no habrá vacuna. Y tampoco sabemos qué tanto ayudará a nuestro favor la inmunidad de rebaño, esto es que la mayoría de la población logre inmunizarse contra el virus.

Por esa razón parece que el único camino que nos queda es fortalecer nuestra salud, nuestro sistema inmunológico, para que cuando nos ataque el virus lo enfrentemos en las mejores condiciones. Por otra parte creo que con base en las estadísticas, las pandemias virales se presentan en periodos de tiempo más cortos y con más intensidad. Habrá más epidemias y serán más riesgosas. Cabría preguntarnos por qué. Primero no debemos perder de vista que el virus proviene de la naturaleza. Y desde este punto de partida habrá que analizar ¿cómo es nuestra relación con la naturaleza? El cambio climático y el calentamiento global que padecemos nos dicen que nuestra relación con la naturaleza no es de respeto, tampoco amistosa, ni muy cuidadosa que digamos.

Nos hemos dedicado a sobreexplotarla. La sobrepoblación obliga a acercar más los seres humanos a los animales. La necesidad de alimentación en las áreas de mayor concentración de humanos los obliga a agenciarse alimentos de todo tipo. Lo que sin duda nos compartirá más y más virus, y la medicina y la ciencia no están preparadas para ello. Como lo plantea Leonardo Boff, el capitalismo y el neoliberalismo son para la naturaleza “una guerra sin tregua”, bueno, hasta que nos llegó un ejército de virus microscópicos invencibles.

El coronavirus: por qué no pensar que, al encerrarnos en nuestras casas, nos está exigiendo una relación diferente con la naturaleza, nos obligó a darle un descanso. Nos interpuso un “¡ya basta!”. Se cerraron las fábricas, tiene parada a la economía en el mundo. Esto obligará a que de ahora en adelante llevemos una vida más modesta. Los ricos ni con todo su dinero pueden salir a disfrutarlo, sus deseos los abandonaron, los viajes caprichosos se suspendieron y nos quedamos instalados en lo esencial. El coronavirus nos restregó en la cara que el valor supremo es la vida, que la acumulación de bienes no nos ha servido en esta pandemia.

El neoliberalismo global nos surcó en el cerebro la idea de que lo fundamental, para poder sobrevivir en el mundo actual, era competir y rascarse cada quién con sus propias uñas. Hoy esos “valores” no han servido para enfrentar el coronavirus. Lo estamos enfrentando con la cooperación de todos y para salir adelante está claro que necesitamos la ayuda de todos.

Saldremos de esta emergencia, pero el coronavirus nos estará acechando, y lo más grave es que no aprendamos de esta experiencia. Sabemos que las empresas se están organizando para trabajar a todo vapor para recuperar las ganancias perdidas, pero la sobreexplotación de la naturaleza nos puede llevar de nueva cuenta por el camino de las pandemias. El regreso masivo sin distanciamiento social nos puede llevar a una segunda oleada del coronavirus.

Por lo pronto el “quédate en casa” nos debe servir para reflexionar cómo vamos a rehacer nuestra convivencia social, valorando sobre todo nuestras vidas. ¿Estaremos ya listos para tratar a la tierra de manera diferente? ¿Estamos listos para promover un mayor cuidado de la naturaleza y de nuestra salud? ¿Seguiremos comiendo comida chatarra? José Alejandro Almaguer, director de Medicina Tradicional y Desarrollo Intercultural de la Secretaría de Salud, propone que es importante tener una buena alimentación. Que hoy lo que se promueve es la comida chatarra con altos contenidos de azúcar, grasas y sales. Planteó la propuesta de que la gente consuma lo que denominó “los cuatro fantásticos”: maíz, frijol, chile y calabaza, alimentos que en las comunidades rurales e indígenas particularmente son muy comunes y de más fácil acceso. Dijo que sería muy positivo que las poblaciones urbanas y suburbanas, no sólo las rurales, busquen alimentarse con estos cuatro productos.

@SalvadorHV

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