Salvador Hernández Vélez

Mi abuela materna, doña María Adriano, nació en Viesca, Coahuila, a finales del siglo 19, fue partera, la enseñó su mamá. Falleció a la edad de 94 años, en Torreón, Coahuila, de un paro cardiaco al bajarse de un camión de transporte urbano de pasajeros, enfrente de la casa de un tío. Venía de trabajar. Decía que dejó “de traer niños al mundo cuando las fuerzas de sus brazos y manos ya no le dieron para sacar al chilpayate”. Enfrentó esa tarea por más de 50 años.

En 1919 se manifestó la fiebre española en Viesca (fundada en 1731). La gente se moría a diario. Los llevaban al panteón en un carretón –lo llamaban el carretón de la muerte–, estirado por un par de burros. Los envolvían en una sábana, todos encalados. Les echaban mucha cal para matar la enfermedad. Los enterraban en una fosa común. Mi abuela platicaba que algunos todavía no terminaban de buen morir, cuando los recogía el carretón de la muerte para llevarlos a enterrar. Los familiares estaban seguros de que ya “no tenían remedio”. Los panteoneros llevaban de cubrebocas un paliacate rojo y su sombrero. Tenían que lidiar con la muerte, hora tras hora, todos los días. Los familiares no los acompañaban al panteón. Les daban el último adiós y les rezaban sus oraciones afuera de las casas. Tampoco había velaciones. Sólo sollozos y consternación por el pariente que se adelantaba en el camino con la insatisfacción de no haber podido hacer lo suficiente para salvarlo.

Nos platicaba mi abuela que en aquellos días, todas las casas de Viesca tenían sus huertos. Había manantiales. Corría permanentemente el agua por las acequias del pueblo, con suficiente agua para cultivar, tanto en las parcelas como en los huertos familiares. En los traspatios de las casas se cultivaban chiles, cebollas, ajos, tomates, calabacitas, cilantro, zanahorias y diferentes verduras. Ella decía que su familia había sobrevivido a la peste española porque comían muchos ajos, cebollas, chiles y tomates. Que esas verduras eran muy buenas para que no las atacaran “las fiebres” o incluso para curarlas.

Las cebollas y los ajos eran los más importantes para fortalecer la salud de las personas, decía mi abuela. Que esos alimentos mataban los bichos que provocaban la peste. Porque comieron mucho ajo y también muchas cebollas, la habían librado. Hoy decimos que fortalecen el sistema inmunológico. Son antivirales. Mi abuela tenía unos 20 años. Ya estaba casada y era mamá de mi tía Adela, que también fue partera y sobreviviente de esa fiebre. Falleció de 101 años.

Hace unos días les compartía a unos amigos médicos, eso que comentaba mi abuela, y les preguntaba que si había estudios que determinaran por qué sobrevivieron. Pues hoy, frente al coronavirus, sería información de gran utilidad saber qué comer para que nuestro organismo pueda hacer frente a esta pandemia en las mejores condiciones, porque hoy frente a la falta de una vacuna se requiere contar con al menos una propuesta alternativa natural que nos permita estar en las mejores condiciones para combatir el COVID-19.

Mi abuela fue una señora bajita y delgada. Para su tiempo y circunstancia, una mujer empoderada. Decía que no había que comer mucho porque la energía que conseguías con la comida, la tenías que usar para digerir lo que habías consumido. Y agregaba, “coma poco, hijo, para que le queden ganas de trabajar y no se ponga malo, la comida en demasía, también enferma”. Nunca la vi enferma. Y murió sin darle lata a nadie, y tampoco fue de gripe, influenza o coronavirus. Como la señora Angelina Friedman de Nueva York, que nació durante la pandemia de gripe española, y ahora la ha librado luego de haber enfermado de COVID-19 a sus 101 años de edad. Hace una semana la sobreviviente dio negativo.

De acuerdo con la organización Mundial de la Salud (OMS) los brotes epidémicos de influenza son inevitables. No hay forma de pronosticar cuándo se presentarán ni de qué magnitud serán. En el siglo 20 ocurrieron tres brotes: en 1918, 1957 y 1968. Y en lo que va de estas dos décadas de este siglo 21 se han presentado aproximadamente cada 10 años: 2000, 2009 y 2020. El acortamiento del intervalo debe llevarnos a reflexionar sobre las consecuencias de ello. Por eso es importante investigar qué hicieron los sobrevivientes en cada una de ellas para que nos sirva de prevención.

@SalvadorHV

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