Salvador Hernández Vélez

El libro “Villa Bandolero”, del historiador chihuahuense Jesús Vargas Valdés, tuve la oportunidad de presentarlo hace unos días. De entrada, el autor precisa que la revolución de 1910 removió la estructura política y el orden social, construidos durante 34 años de dictadura. Después de las elecciones de julio de 1910, los antirreeleccionistas habían llegado a una conclusión: el gobierno de Porfirio Díaz no tenía ningún respeto por el sufragio y, por lo tanto, no había posibilidad alguna de modificar pacíficamente la situación.

Por otra parte, nos explica, que en la segunda mitad del Siglo 19 con el auge de la ganadería se incrementó el bandolerismo en la modalidad del abigeato, durante los años de dictadura porfirista. Su surgimiento no fue azaroso. Así, durante el periodo de 1876 a 1910 proliferaron en todo el País los “fuera de la ley”. Estaban formados en su mayoría por jóvenes que tomaban este camino sin plena consciencia de que era la forma en que respondían a un sistema injusto que los dejaba sin alternativa. Con estas referencias podemos ubicar algunos de los antecedentes del abigeato y el bandolerismo, y así explicar la gestación de los bandoleros.

Doroteo Arango, bandolero, había acumulado en los primeros años de 1900 un gran historial delictivo en Durango y para salvarse de la persecución, de la cárcel o de la muerte, se dirigió hacia la región más al norte del estado, donde fue creando una sólida base social, desde Torreón de Cañas, Las Nieves, Villa Ocampo. Indé y Santa María del Oro. En suma dedicó la mitad de su vida, de 1894 a 1910, al abigeato y al bandolerismo: 16 años en los que había aprendido todo lo que se necesitaba para ser un buen guerrero.

Cuando Villa pasa de bandolero a revolucionario, en los primeros tres años recibió muchos desaires, desprecios y hasta humillaciones de parte de sus “superiores”. En cada ocasión, Villa encontraba que las razones estaban inevitablemente unidas a su pasado. Las andanzas, proezas y quebrantos de la ley del bandolero son indispensables para dimensionar cabalmente los grandes méritos del revolucionario.

Uno de los bandoleros más famosos durante los años del porfiriato fue Heraclio Bernal, quien inició sus actividades alrededor del 1875, en una región ubicada entre los límites del estado de Sinaloa y Durango, extendiéndose esporádicamente hasta Chihuahua. No obstante, la figura de Heraclio sirve para clarificar la complicada relación entre el bandolerismo y la lucha revolucionaria en el norte de México.

Ignacio Parra, a la vuelta de unos años se convierte en el sucesor de Heraclio Bernal y, a su vez, en el tutor del joven Doroteo Arango. Nació en La Cañada cerca de Canatlán, el 1 de enero de 1864. Los asesinatos del hermano menor y del padre fueron sucesos que lo llevaron a acumular odio e impotencia. Quizá fueran ese odio y esa impotencia el motor de su levantamiento en armas junto a Heraclio Bernal. En el año de 1894 se les unió un joven de 16 años que muy pronto se ganó el aprecio y las consideraciones de Ignacio, por su juventud y por la facilidad que mostraba para aprender todo lo relacionado con el oficio. El recién llegado se hacía llamar  Doroteo Arango. Aprendió a distinguir el rumbo de los vientos; conoció con toda exactitud la hora del día por la altura del sol y por la observación de las estrellas y la luna. Arango dominó los caminos, las veredas, los atajos y los aguajes de esta extensa región, y conoció también las cuevas más impenetrables y escondidas que habían servido de refugio a los rarámuri, tepehuanes, apaches y a todos los proscritos que se refugiaban en estas regiones.

Jesús Vargas, autor de este libro, nos dice que Doroteo Arango nació el 5 de junio de 1878 y divide su biografía en tres segmentos, separados cada uno por 16 años: de 1878 a 1894, la infancia al lado de su familia; de 1895 a 1910, el bandolero; de 1911 a 1923, el revolucionario. En este último, el bandolero dejó atrás su nombre verdadero: en los años siguientes se le conocería como Francisco Villa. Por eso se dice que Doroteo Arango, el bandolero, nació en Durango y Francisco Villa, el revolucionario, en Chihuahua.

Abraham González, jefe antirreeleccionista en Chihuahua, sabía que junto con Villa se podrían integrar muchos jóvenes. Así Villa se convirtió en uno de los tres jefes principales de la revolución.

@SalvadorHV
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