Oscar F. Torres Castañeda

A principios de la Segunda Guerra Mundial, México mantenía una posición de neutralidad ante el conflicto bélico; no obstante, en materia de inteligencia, sostenía una estrecha cooperación con los Estados Unidos de América. En consecuencia, el gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho ejerció fuertes medidas de control y vigilancia hacia ciudadanos alemanes, italianos y japoneses. Tales medidas se intensificaron con el ataque alemán a dos embarcaciones mexicanas y la consecuente declaratoria de guerra del Estado mexicano en mayo de 1942.

Este suceso cambió la vida de los ciudadanos del Eje residentes en México, tal como le ocurrió al japonés Ernesto Saito, quien llegó a nuestro país en 1926 impulsado por la oleada de inmigrantes japoneses que arribaron durante el primer cuarto del siglo XX. Trabajó en Piedras Negras y en el mineral de Palaú, para luego establecerse, desde 1931, como comerciante en Villa Acuña. Hacia 1942, Saito se había casado con la mexicana Hermila Hernández y era propietario del Nuevo Japón, un próspero negocio de abarrotes ubicado en la esquina de las calles Bravo e Hidalgo, en el corazón de la Villa, justo frente al cruce internacional a Del Rio, Texas.

Aunque Saito contaba con reputación de probo, honesto y respetuoso de las leyes, la ubicación de su negocio era “estratégica” para controlar la información del cruce de personas y mercancías; lo anterior levantó suspicacias entre los agentes de inteligencia del gobierno mexicano y, mediante un reporte enviado a la Secretaría de Gobernación, catalogaron al japonés como un potencial peligro para la seguridad nacional.

La sospecha bastó para que Lelo de Larrea, jefe del Departamento de Investigaciones Políticas y Sociales (DIPS), le ordenara cambiar su domicilio a la Ciudad de México, a fin de que pudiera ser vigilado con mayor facilidad. Asimismo, se le prohibió desplazarse libremente por el país sin previa autorización del DIPS. Saito trasladó su residencia a la capital y pasó los siguientes días en el albergue del Comité Japonés de Ayuda Mutua, asociación oficial formada por la colonia japonesa para brindar ayuda a sus connacionales durante la guerra.

En tanto, Saito dejó a su esposa en Villa Acuña con la encomienda de administrar el Nuevo Japón hasta su retorno. Sin embargo, cometió un grave error del que se arrepentiría poco después. En septiembre de 1942 se trasladó a Villa Acuña sin haber obtenido la autorización requerida, por lo que al llegar fue encarcelado por José Morales, exalcalde acuñense que se desempeñaba como jefe del Departamento de Migración del lugar, y quien lo puso a disposición de la Secretaría de Gobernación.

Aunque Saito intentó justificar su rebeldía alegando una enfermedad de su esposa y la necesidad de vender sus activos para poder sostenerse en la capital, el gobierno mexicano tomó el agravio con seriedad y determinó concentrarlo en la estación migratoria del Fuerte de San Carlos en Perote, Veracruz.

Aquel histórico inmueble construido en 1776, donde alguna vez estuvieron presos Fray Servando Teresa de Mier y Xavier Mina, también conocido por ser el lugar donde murió el primer presidente de México, Guadalupe Victoria, era en aquel entonces una prisión de guerra diplomáticamente disimulada de “estación migratoria”.

Poco importó que a favor de Saito intercediera el diputado nigropetense Juan F. Villarreal; de nada sirvieron las recomendaciones respaldadas por renombrados comerciantes acuñenses de la época, como Arnulfo Ramón, Jesús María Montemayor y Jesús Suday, quienes aseguraban honorabilidad y comportamiento ejemplar de su vecino. Saito estuvo más de un año recluido en Perote, apartado de su familia y aislado de una sociedad en la cual llevaba integrado casi dos décadas. Al salir de la estación migratoria continuó con la obligación de residir en la Ciudad de México hasta el final de la guerra. Jamás se comprobó que fuera agente extranjero, informante o, por lo menos, simpatizante de las potencias del Eje.

Hubo muchos alemanes, italianos y japoneses que, por su nacionalidad y cuestiones raciales, sufrieron de desplazamiento forzado o pérdida de libertad. Familias mexicanas fueron separadas a causa de la guerra; así sucedió, durante la guerra, con la familia Saito Hernández, residente de Villa Acuña.

México debe voltear hacia atrás y visualizar los abusos cometidos por su gobierno contra inmigrantes del Eje durante la Segunda Guerra Mundial. Bajo la premisa de la seguridad nacional, nuestro país sirvió como bastión para velar por la tranquilidad de los ciudadanos del vecino de norte.

Desconozco de qué manera terminó la vida de Saito, sin embargo, no se tienen noticias de su regreso a Villa Acuña ni de su retorno a Japón.

 

Fuente: Archivo General de la Nación

 

Foto de la época. Se observa la tienda de Saito, la oficina de migración y el cruce internacional a los Estados Unidos de América. Fuente: AGN/SEGOB Siglo XX/Investigaciones políticas y sociales (Galería 2)/Caja 0369/Extranjeros. Movilización y residencia. Japoneses 0369-045/ 13622/45/1/F1.

 

 

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