Arcelia Ayup

Busco información en internet, y me acosan un par de anuncios. Relampaguean paquetes vacacionales y sillones de descanso.

Imágenes de paradisíacas playas me invitan a estar ahí, desvían mi atención, “flashean” una y otra vez, muestran modelos jóvenes, plenos y planos. Mientras busco la manera de cerrar la ventana de la propaganda me obliga a saber destinos y precios.

Dicho sea de paso, no encuentro el letrero que diga en la propaganda “felicidad no incluida”.

Me meto a otra página para continuar con la investigación exprés. Me guiñan el ojo numerosos sillones reclinables, de varios estilos, colores y precios. Distraen de nuevo mi atención. Me cae el veinte que me persiguen digitalmente por mi comportamiento inmediato con mis tarjetas bancarias y departamentales. Ellos saben qué compro, cuándo, dónde, horarios y fechas. Saben de mis viajes frecuentes, de lugares que acudo habitualmente y hasta si tengo saldo pendiente por cubrir.

Creemos que somos libres al usar el dinero plástico, idea muy alejada de la realidad. Somos cada vez más esclavos de las tarjetas de crédito, del consumo desmedido, de la estúpida banalidad y competencia de tener lo mejor que el otro, aunque ello nos lleve a maniobrar en números rojos.

Anteponemos el tener ante el ser. Rendimos culto al cuerpo en vez del espíritu, llenamos la mente de información desmedida, de miedos, de historias lacerantes y superfluas; no la educamos para aquietarla, para escuchar el silencio, para meditar, para conducir la mente y no a la inversa.

La falta de control de los medios masivos es un elemento de alerta para esta generación de jóvenes, alejados de ideales y valores. Es triste ver a chavos que no hablan entre sí cuando están juntos, tienen su atención en sus celulares y les sonríen a sus respectivos teléfonos.

Todos estos pensamientos revolotean, mientras sigo intentando concentrarme en mi investigación momentánea. Mando a volar estas conjeturas, las páginas abiertas y los anuncios.

Cierro mi computadora y mis ideas. Por unos breves minutos, dejo la mente quieta y olvido que un mundo nos vigila.

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