Arcelia Ayup Silveti

Estoy en la sala de espera de un consultorio médico. Voy a un chequeo de rutina. Me anuncio, saludo, me siento y saco mi libro. 

Antes de leer, con discreción observo que el resto de los pacientes atienden sus celulares, una mamá con sus niños; otra mujer con una adolescente y una pareja joven. 

Nadie conversa entre ellos. La asistente de repente se ríe y luego le enseña su móvil a su compañera y ambas se carcajean.

Quienes me conocen, saben que mi mente es dispersa y juguetona, que me cuesta muchísimo trabajo concentrarme en una sola cosa. 

Así que cerré mi libro, tomé mi celular para ver si había alguna novedad en los hábitos lectores en México. San Google me mostró la siguiente nota: 

“La última medición del INEGI, realizada en febrero, muestra que el 45 por ciento de los mexicanos lee por lo menos un libro al año, mientras que el otro 55 por ciento no realiza la lectura de ningún material literario.” (reporteindigo).

Me dio pena saber que las mujeres mexicanas leen 46 por ciento y los hombres 43 por ciento, y lo más vergonzoso, que los libros más recurridos en mi país son los de autoayuda. 

La extraña costumbre de leer es ajena en nuestra cultura nacional. Por desgracia, el libro para muchos mexicanos es un instrumento de poca utilidad, no necesario o ajeno, en especial en esta era tecnológica y digital.

En la espera, mi celular me llevó a diferentes estadísticas, y luego golpetearon varios mensajes de WhatsApp y de redes sociales. Fielmente, me fui a seguir cada una de ellos, siguiendo una voz que me ataba a los 14 por 7 centímetros. 

Me enteré de los viajes de algunas personas, de quien busca obra social, de los platillos que comerán, de los cumpleañeros y graduados recientes, así como de los videos y memes de AMLO.

Mi médico se retrasó una hora. Cuando mi mente regresó y dijo “basta”, la asistente me dijo que podía pasar. Lo confieso: usé mi tiempo para abonar nuestros vergonzosos niveles de lectura. 

¿Y tú, a qué contribuyes? 

 

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