Iván Garza García

Repiten con frecuencia los amantes del motociclismo: “busqué mi libertad por todas partes y la encontré justo aquí, sentado en una motocicleta”. Para ellos, nada se compara a la sensación que produce el rodar sin fijar un destino cierto; solo basta un camino y su fiel compañera de aventuras para vivir una experiencia calificada como indescriptible.

Fue en 1903 cuando William S. Harley y su amigo Arthur Davidson crearon la emblemática marca que llevaría por nombre la combinación de sus apellidos. Los jóvenes originarios de Milwaukee improvisaron un pequeño taller en el patio trasero de la casa de Arthur y ahí construyeron el primer modelo de sus famosos vehículos de dos ruedas, mismo que fue presentado en el mes de septiembre de 1904. Para el año 1914 la naciente negociación colocaba más de 16 mil unidades en el mercado y en la década de los veinte fue considerada la mayor productora de motos en el mundo, con presencia en 67 países. Desde entonces Harley Davidson se ha convertido en el ícono del motociclismo a nivel mundial y es considerada un símbolo de los Estados Unidos; su influencia posiciona a la compañía de marras incluso por encima de su mayor competidor, Indian Motorcycle Company.

Pero no todo es miel sobre hojuelas. En 2009 la empresa tuvo una estrepitosa caída en su valor comercial y sus directivos anunciaron que tendrían que disminuir los costos de fabricación en más de 54 millones de dólares. Tras una tortuosa reestructuración que costó el despido del 25% de su fuerza de trabajo, la factoría comenzó la búsqueda de sitios alternativos para el desarrollo de sus actividades.

Si bien, Harley Davidson cuenta con una planta en Brasil (la primera instalada fuera de los Estados Unidos), así como una fábrica de partes en Australia y una más en la India, por primera vez en su longeva historia la representativa firma llevará su producción al viejo continente. El pasado mes de junio, el portavoz de la compañía anunció que ésta migrará parte de su producción a Europa, al tiempo que reveló que tal decisión fue tomada debido a los altos aranceles a la importación de motocicletas fijados por la Unión Europea, mismos que fueron lanzados como respuesta a los gravámenes al acero y aluminio que a su vez les recetó el Tío Sam. Y la cosa no está para menos; el incremento del 6% al 31% en los referidos aranceles genera un aumento de 2 mil dólares (en promedio) en el costo de los productos. El hecho de que Harley haya optado por no trasladar los nuevos impuestos al consumidor final provocará a sus accionistas un impacto económico negativo de hasta 45 millones de dólares, tan solo en el presente año.

La noticia sobre el traslado de la producción a tierras europeas cayó como balde de agua fría entre los fieles seguidores de la firma, quienes - en un buen número - han manifestado que dejarán sus máquinas para adquirir otras con distinto emblema. El boicot a Harley Davidson fue alentado por el presidente Donald Trump, quien - fiel a su costumbre –declaró el pasado domingo vía twitter: “Muchos propietarios de Harley planean boicotear a la compañía si la fabricación se traslada al extranjero. ¡Estupendo! La mayoría de las otras empresas vienen en nuestra dirección, incluidas las competidoras de Harley”. Después, el mandatario sentenció: “Harley Davidson debería quedarse 100% en América con la gente que le ha llevado al éxito. He hecho mucho por ustedes para que nos hagan esto. No lo olvidaremos, ni tampoco sus competidores”.

Aquí en confianza, la guerra comercial de alcances mundiales desatada por el vecino del norte empieza a producir consecuencias inimaginables. Entre que son peras o son manzanas, los ingresos de Harley Davidson disminuyeron 3.3% y, en lo que va del año, las acciones de la compañía han caído 18.5% en forma acumulada.

Ante tal escenario, seguramente los inversores de la legendaria marca aplican la frase acuñada en el mundo del motociclismo: “Cuando crees que las cosas no van bien, recuerda que solo una es hacia abajo; todas las demás son siempre para arriba”. El que entendió, entendió.