Iván Garza García

Las imágenes que inundaron las redes y los medios tradicionales lo mismo son sorprendentes que desgarradoras. El huracán Otis golpeó sin misericordia las costas de Guerrero dejando a su paso dolor y devastación. El emblemático Puerto de Acapulco, otrora paraíso para celebridades y magnates, quedó prácticamente reducido a escombros tras el arribo del cruel meteoro. Al tiempo de escribir estas líneas, el número de personas sin vida a causa del siniestro es de 46, mientras que 54 se encuentran en calidad de desaparecidas.

Ahora se sabe que casi 65 por ciento de los inmuebles ubicados en la costera acapulqueña sufrieron algún tipo de daño directo y que los terribles vientos destruyeron 157 kilómetros de calles y caminos, así como 187 kilómetros de carreteras. Como si lo anterior fuera poco, mil 438 hectáreas de zonas habitables desaparecieron; igualmente sufrieron graves afectaciones cuatro mil 964 hectáreas de bosque, 892 de humedales y 541 de tierras agrícolas. La tragedia en Guerrero no tiene precedentes. La angustia y desesperación se ve reflejada en los rostros de quienes todo lo perdieron; claman por comida y agua para sobrevivir. En un sitio azotado por el crimen, los actos de rapiña y saqueo no se hicieron esperar; los pobladores afectados penden fogatas, montan guardia y hacen rondines para evitar el robo de lo poco que les queda; las estremecedoras escenas parecen sacadas de una película apocalíptica.

Es cierto, un fenómeno natural no puede evitarse, pero la desgracia que trae consigo sí. Pese a que el Sistema Meteorológico Nacional advirtió que Otis había intensificado su actividad pasando de tormenta tropical a huracán y que este llegaría a Acapulco, el Presidente de México utilizó la mañanera del día anterior para continuar los ataques al Poder Judicial de la Federación; dos horas con cuarenta minutos duró la conferencia de prensa y, durante todo ese tiempo, nada se dijo de lo que se venía. Desde las 2 de la tarde del martes – 11 horas antes de la catástrofe –, el Centro Nacional de Huracanes de los Estados Unidos lanzó una alerta y recomendó al gobierno mexicano acelerar los preparativos para proteger la vida de las personas; a las 8 de la noche, el referido centro anticipó un “escenario de pesadilla” en la costa guerrerense. Fue hasta entonces (más de seis horas después de la advertencia de los vecinos del norte) que el mandatario nacional publicó un escueto mensaje en su cuenta de X (antes Twitter) anunciando que se ponía en marcha el Plan DNIII y el Plan Marina; a partir de ese momento, nada más se dijo al respecto. Algunas horas más tarde el huracán toco tierra y con él llego la desolación.

La segunda tragedia vino después. El vacío de información fue agobiante; ninguna autoridad ofreció algún reporte inicial de lo sucedido; el sitio estaba incomunicado. Mientras la Gobernadora Salgado brillaba por su ausencia, ya casi al filo del mediodía se anunció que el Presidente se dirigía a Acapulco. A sabiendas de que las vías de comunicación se encontraban colapsadas, el gobernante optó por viajar por tierra; la camioneta en la que se trasladaba quedó varada, como atascado en el lodo permaneció el Jeep militar que abordó más tarde; caminó algunos metros hasta un poblado cercano al puerto, ahí hubo fotos y saludos; luego, sin más, regresó al Palacio Nacional.  La ayuda humanitaria comenzó a llegar; sin embargo, han sido reiteradas las quejas en contra del Ejército, la Guardia Nacional y los servidores de la Nación por acaparar la atención de los damnificados en un claro propósito de utilizar el infortunio con fines políticos. Como cereza en el pastel y fiel a su costumbre, el mandatario mexicano se lanzó contra los medios de comunicación por cuestionar la actuación de su gobierno frente al desastre. Al respecto, dijo que estamos en “temporada de zopilotes”; defendió a capa y espada su popularidad y minimizó lo acontecido en Guerrero al afirmar que “no nos fue tan mal”, debido a que en otros fenómenos hubo más muertos. ¿Insensible? júzguelo usted, amable y única lectora.

 

Aquí en confianza, la realidad se impuso al discurso. Otis mostró sin reserva alguna la incapacidad gubernamental de anticiparse a la desgracia y de dar atención oportuna y efectiva a quienes ahora mismo todo lo requieren. Harán falta muchos años y dinero para poner nuevamente a Acapulco de pie; mientras tanto, cobra vigencia el escándalo que significó la extinción de 109 fideicomisos públicos dentro de los cuales se encontraba el Fonden, cuyos recursos fueron redirigidos a programa sociales y obras emblemáticas como el interminable Tren Maya.

Lo he dicho antes y hoy lo reitero, en los desastres naturales no existen culpables, pero si hay responsables. Ahí se los dejo para la reflexión.

 

 

Nota. Lo antes expuesto representa

 la opinión personal del autor