Iván Garza García
Cual sí se tratase del preludio en la trama de una película apolítica, los medios tradicionales y las benditas redes sociales inundan el espacio con notas sobre la onda de calor atípica que azota inmisericorde al mundo entero y de la cual nuestro país, desde luego, no queda exento.
La situación no tiene precedentes. De acuerdo con datos proporcionados por la Secretaría del Medio Ambiente, al menos veintidós entidades de la República superaron los 40 grados de temperatura; ello, apenas la semana anterior, mientras que la presente pinta para ser aún peor.
Si bien, las llamadas ondas de calor no son fenómenos extraños en esta época del año, lo insólito tiene que ver con las temperaturas que llegan a alcanzarse; “se presentan de forma normal en primavera y en verano, pero si es importante considerar que se está tratando de una onda de calor severa”, afirmó Alejandra Méndez Girón, Coordinadora General del Servicio Meteorológico Nacional. Y aunque los expertos han sido cautos en atribuir la reciente ola de calor exclusivamente al cambio climático, resulta incontrovertible que las temperaturas aumentan cada vez más; de hecho, a principios de 2023 la Organización Meteorológica Mundial señaló que los últimos ocho años han sido los más calurosos del planeta desde que se tiene constancia. Al respecto, la escalada no parece revertirse y el mercurio en el termómetro global continua su acenso de manera acelerada.
Por supuesto, las consecuencias del fenómeno no se han hecho esperar. Conforme los últimos datos de la Secretaría de Salud, la irregular onda de calor ha cobrado la vida de ocho personas a lo largo y ancho del territorio, al tiempo que los padecimientos relacionados, como golpes de calor, deshidratación y quemaduras, también se encuentran al alza. Por otro lado, en buena parte de la geografía nacional, las autoridades educativas decidieron modificar los horarios escolares y restringir las actividades al aire libre, con los efectos negativos en los procesos de aprendizaje que ello conlleva. La extracción de agua en las presas mexicanas presentó un considerable incremento en los últimos días debido al estrés hídrico que sufren los cultivos, lo que por supuesto, eleva la necesidad de riego; lo anterior, sin contar con la cada vez mayor exigencia humana respecto al vital líquido. Desde ya, algunos embalses están al límite de extracción para este ciclo agrícola y sus volúmenes se encuentran seriamente comprometidos. Por las mismas razones, el uso de energía eléctrica registra un notable incremento. Así, el Sistema Interconectado Nacional reportó una demanda de 50 mil 829 megavatios; y eso, ¿es mucho o poco?, preguntará curiosa mi amable y única lectora. La respuesta no es para nada esperanzadora. De acuerdo con lo publicado vía Twitter por el Gerente de Proyectos de Infraestructura y Finanzas de la CFE, Jorge Musalem, el pasado jueves se presentó “la máxima demanda eléctrica del país en la historia” y, aunque aseguró que por el momento el suministro del servicio no presenta afectaciones, también dijo que en julio el escenario podría no ser el mismo.
Aquí en confianza, si bien los conceptos calentamiento global y cambio climático no son equivalentes, ya que el segundo engloba al primero al ser una expresión más amplia, va siendo tiempo de tratar a ambos con la mayor seriedad. Hay quienes aseguran sin recato que los anteriores fenómenos son poco menos que una farsa, pues se encuentran motivados por intereses industriales y alentados por ambientalistas extremos; sin embargo, el calor atípico que nos viene castigando muestra lo contario. Así, mientras en otras partes del globo se realizan acciones concretas para reducir la emisión de gases de efecto invernadero, acá la agenda gubernamental en contra de la crisis climática sigue centrada en lo que se insiste en calificar como el programa de reforestación más grande del mundo: Sembrando Vidas. Indudablemente, sembrar más de un millón de árboles frutales y maderables generará consecuencias positivas al medio ambiente, pero posiblemente estas no sean suficientes ante la evidente apuesta por las energías fósiles; la construcción de una refinería y la adquisición de otra; la falta de inversión en energías renovables; la ácida crítica presidencial a los aerogeneradores solo por afear el paisaje y la terrible destrucción de una selva por la que pasará un bonito tren. Entre que son peras o son manzanas, diría el buen amigo Pepe, la cosa está que arde.