Iván Garza García                                                                                       

Con el fin de evitar la imposición de aranceles a la importación de productos de origen mexicano por parte del Gobierno de los Estados Unidos, nuestro país “hará cosas que nunca antes ha hecho”. Así lo dio a conocer el Vicepresidente norteamericano, Mike Pence, quien afirmó que - a la voz de ya - 6 mil elementos de la recién creada Guardia Nacional se apostarán en la frontera sur; serán instalados puestos de vigilancia a lo largo y ancho de las rutas utilizadas por las personas que pretenden llegar a la “tierra de las oportunidades”, mientras que los migrantes ilegales (centroamericanos en su gran mayoría) deberán permanecer en éste territorio hasta en tanto sea resuelta su situación. Como si esto fuera poco, México deberá adquirir una cantidad mayor de productos agrícolas provenientes de los feudos del Tío Sam, para – con ello – mostrar la “buena voluntad” y garantizar el cabal cumplimento de los acuerdos tomados entre los representantes de ambas naciones.

De este lado del Río Bravo se canta victoria porque la carga impositiva con la que amagó el magnate convertido en Presidente, no llegará a materializarse (al menos no de momento). Sin embargo, el optimismo derivado de las últimas noticias no debe cegar al respetable. Donald Trump se aprendió (y bien) el “caminito” del chantaje. Con sorprendente destreza creo las condiciones para colocar a nuestro país de rodillas, al tiempo que dio un severo manotazo al tablero económico mundial. Sin demasiado esfuerzo, el neoyorquino logró – por la vía de la amenaza -  que se cumpliera su voluntad a pie juntillas.

Un simple tuit fue suficiente para poner en vilo a un país entero. La guerra comercial de proporciones épicas fue anunciada en las redes sociales y aderezada más tarde a través de un comunicado oficial. Los Estados Unidos impondrían un arancel del 5 por ciento a la importación de todos los productos mexicanos; tal gravamen escalaría hasta el 25 por ciento, si el Gobierno de México no aceptaba asumir la responsabilidad y tomar las medidas inmediatas para frenar la migración ilegal. Indudablemente, en ese escenario, las repercusiones económicas hubiesen sido incalculables.

El vecino del norte mostraba el mayor desdén hacia sus principales socios comerciales; acá, sin vacilar siquiera, dábamos el brazo a torcer. Una delegación mexicana (con el señor de los cacahuates incluido) arribaría a Washington con el propósito de impedir la catástrofe comercial, mientras que desde la SEGOB se ordenaba la detención de una caravana de migrantes que transitaba por tierras aztecas.

Como sucede en estos casos, los opinólogos de cafetería tienen más preguntas que respuestas: ¿el berrinche del gringo obedece a intereses legítimos o se trata de una estrategia política para “jalar agua a su molino” frente a los comicios de 2020?; ¿nuestros representantes cruzaron la frontera para efectuar una verdadera negociación o aceptaron a rajatabla lo que les fue impuesto?; ¿la decisión de recular adoptada por el Presidente norteamericano fue producto de la presión del Gobierno de México o fueron los demócratas (y uno que otro republicano) en la Cámara de Representantes y el Senado quienes detuvieron la embestida? Y la más importante: ¿cuáles son los acuerdos entre ambos gobiernos que no fueron informados a la ciudadanía?

Los referidos cuestionamientos seguramente quedarán sin ser contestados. Lo que es un hecho es que el “Güero” se impuso. El Presidente López Obrador tendrá que sellar la frontera sur y detener – a como de lugar - el éxodo hacia la nación de las barras y las estrellas, si es que quiere conservar el beneplácito del vecino.

Entre que son peras o manzanas, la amenaza persiste. “México cooperará conmigo para contener la migración. Sin embargo, si por alguna razón desconocida no la hay (cooperación), siempre podremos volver a nuestra postura anterior muy rentable de los aranceles”, aseguró un desenfadado señor Trump.

Aquí en confianza, la faena nos la hicieron completa. El principal inquino de la Casa Blanca “revolvió las preñadas con las paridas”, dijera Don Héctor. Supo mezclar, en una misma bandeja, la política migratoria con la actividad comercial binacional. Ahora, desde allá se controla el tránsito de migrantes en éste país; estamos obligados a comprar más productos norteamericanos; seguimos amenazados por el fantasma de los aranceles, los que pueden ser invocados en cualquier momento y ante la menor provocación y, para colmo, abonamos en las aspiraciones del personaje de marras ante su eventual reelección. Lo bueno es que, al respecto, el Canciller Marcelo Ebrard dijo convencido  que los mexicanos “salimos con la dignidad intacta”, ¿será?.