Iván Garza García

A finales de la semana anterior, los medios tradicionales y redes sociales se dieron vuelo enterando al respetable sobre la hospitalización y el procedimiento practicado al Presidente López.  Según se aclaró, tras haber sufrido un infarto en 2013, el inquilino de Palacio Nacional es sometido a revisiones de rutina con la regularidad debida; en la última de ellas, se le recomendó la realización de un cateterismo cardiaco para evitar futuras complicaciones. El experimentado político tabasqueño fue atendido por - al menos - cuatro especialistas. No acudió al ISSSTE como pregona que deben hacerlo todos los servidores públicos; tampoco los gastos médicos fueron cubiertos con cargo a su sueldo, el cual sigue siendo el parámetro para calificar de inmorales los ingresos de diversos funcionarios; pero tal aspecto será motivo de otro análisis que ya tendremos la ocasión de llevar a cabo.

Más allá de las filias y fobias ideológicas o partidistas, debemos reconocer que el Presidente no solo es el titular de uno de los poderes constituidos sino además es el Jefe del Estado Mexicano; de ahí que su salud debe ser un aspecto relevante para quienes vivimos en este pedazo del mundo. Afortunadamente, la referida intervención fue un éxito y el gobernante volvió salvo al palacio en donde vive.

Tras una brevísima convalecencia y mediante un video difundido en las plataformas oficiales, el mandatario apeló a lo que el genial German Dehesa bautizó como el síndrome de Marga López. Hasta el corazón más duro se reblandeció irremediablemente ante la noticia sobre el vulnerable estado de salud del hijo predilecto de Macuspana; pero, ya entrados en gastos, el gobernante anunció que había elaborado un testamento político. “Tengo desde hace tiempo un testamento y ya siendo Presidente le agregué un texto que tiene el propósito de que en caso de mi fallecimiento se garantice la continuidad en el proceso de transformación y que no haya ingobernabilidad… que se avance en el proyecto que hemos iniciado”, sentenció el señor López.

Si bien, en momento alguno se reveló el contenido del mentado documento, las huestes presidenciales de inmediato aplaudieron la postura de su líder. ¡Prudente, oportuno, responsable, previsor!, dijeron unos; ¡es un verdadero estadista!, declararon otros; tal vez quienes esto afirman desconocen las disposiciones civiles que regulan la institución testamentaria.

En términos generales, el testamento es un negocio jurídico unilateral, personalísimo, revocable y libre, por el cual una persona dispone de sus bienes y derechos y declara o cumple deberes para después de su muerte. Luego, nadie puede disponer de lo que no le pertenece.

¿Será que líder de la llamada cuarta transformación considera dentro de su patrimonio personal al movimiento que encabeza? ¿Es la presidencia de México un bien que pueda ser objeto de apropiación para después ser entregado a capricho? ¿Acaso la soberanía popular es tan solo una ficción a la que los mexicanos debemos voltear la espalda ante el deceso de un gobernante? ¿Los decisiones públicas que sirven como ejes para el desarrollo del país dependen de la voluntad de una sola persona?

El artículo 84 de la Constitución es claro cuando establece los mecanismos para la sustitución presidencial en los casos de falta absoluta del titular del Ejecutivo. En tal sentido, el poder público del que fue investido el Presidente de México no es un bien o un derecho que pueda se transmitido por herencia o legado; mucho menos es un cheque en blanco.

Lo que resulta preocupante por lo menos, es que en pleno siglo XXI y en un república democrática como lo es la nuestra, quien juro cumplir y hacer cumplir la Carta Magna considere siquiera que puede otorgar un testamento con el propósito de perpetuar en la escena política aquello a lo que el mismo llama movimiento trasformador, negando con ello que la soberanía nacional reside en el pueblo y no en el gobernante.

Aquí en confianza, ejemplos de los llamados testamentos políticos los hay, por supuesto: el de Lenin en Rusia, el de Hitler en Alemania o el de Franco en España. De confección más reciente, la experiencia venezolana adquiere nuevamente relevancia por estos lares; en un video que circula en internet puede verse a Hugo Chávez pidiendo a sus compatriotas apoyar a Nicolás Maduro para llegar a la presidencia en caso de que él muera, con lo cual se garantizaría la continuidad de su revolución. La voluntad del dictador fue cumplida a cabalidad; tras nueve años en el poder y dos elecciones, la voz de Maduro y los ecos del chavismo aun resuenan con singular estruendo en todos los rincones de la nación caribeña. Mientras tanto, en los pasillos palaciegos de la capital azteca parece escucharse: Pobre México, ¿que será de su pueblo cuando me les vaya? Ahí se los dejo para la reflexión.