Iván Garza García

El terror regresó a las calles de Tamaulipas. Los hechos ocurridos el pasado fin de semana en la ciudad de Reynosa y que se extendieron a otras localidades como Río Bravo, encendieron las alarmas en todo el país. Durante más de 48 horas, el fronterizo municipio se convirtió en el escenario de una cruenta guerra entre delincuentes y autoridades. Si bien, los enfrentamientos en aquellos lares parecen cosa de todos los días, en esta ocasión el saldo es aún más perturbador, pues de las 23 personas fallecidas, al menos 19 son civiles inocentes.

El grupo armado que protagonizó los acontecimientos se movió sin mayor limitación en las diferentes colonias, cumpliendo así con su objetivo: sembrar pánico entre la población. Tres albañiles que trabajaban en una obra fueron abatidos; también el propietario de una tienda de abarrotes y el cliente que hacía sus compras; más tarde, el empleado de una maquila recibió una ráfaga de balas perdiendo la vida. Dicen que ellos y varios más estuvieron en el sitio equivocado y en un momento inadecuado, pero eran los delincuentes quienes no debían estar ahí, accionando sus armas de manera inmisericorde en contra de personas que realizaban sus labores cotidianas. Según lo declarado por el Procurador tamaulipeco, Irving Barrios, la cacería de civiles que se vivió el sábado se trata de un suceso “inédito e inaudito”.

Aunque la memoria colectiva se concentre en el corto plazo, debemos recordar que uno de los principales compromisos de la presente administración federal fue el de pacificar al país. A pocos días de colocarse (oficialmente) la Banda Presidencial, el ahora mandatario presentó el Plan Nacional de Paz y Seguridad en el que dejó clara la postura que asumiría su gobierno frente al crimen: “No se puede enfrentar la violencia con violencia; no se puede apagar el fuego con el fuego; no se puede enfrentar el mal con mal…”. Sin embargo, a 30 meses del inicio de la llamada 4T, la estrategia planteada no ha dado los resultados esperados, al tiempo que las muertes por la delincuencia han ido en aumento. Según datos oficiales, del 01 de diciembre de 2018 al 20 de junio de 2021, en México se han registrado 87 mil 271 homicidios dolosos, duplicando los acontecidos en el mismo período de la gestión de Enrique Peña Nieto, que contabilizó 42 mil 489, y superando por mucho los ocurridos durante los primeros años de gobierno de su némesis, Felipe Calderón.

La cosa - como pseudoartista urbano en cualquier Pueblo Mágico - pinta de la fregada; pues varias de las muertes mencionadas fueron clasificadas como feminicidios. De hecho, los ataques en contra de las mujeres han sufrido un inquietante repunte en el presente año. Al respecto, los asesinatos por razón de género aumentaron 7.1 por ciento, las violaciones 30.5 por ciento, mientras que los delitos de trata se incrementaron 47. 5 por ciento con respecto a los cinco primeros meses del año anterior (insisto, son datos oficiales).

Por su parte, la violencia política en México tampoco da tregua. De acuerdo con lo afirmado por la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet,  tan solo en el pasado proceso electoral en México fueron ultimadas 91 personas relacionadas con partidos políticos, de las cuales 36 eran candidatos o candidatas a algún puesto de elección popular (14 eran mujeres).

Indudablemente, la lista podría continuar pero el espacio es breve.

Aquí en confianza, lejanos se ven aquellos tiempos en los que el hoy inquilino de Palacio Nacional – encolerizado por los sucesos de la época - exigía la inmediata dimisión del otrora gobernante, debido a sus magros logros en materia de seguridad: “Peña es corrupto e inepto; estos dos años no ha dado los resultados correspondientes, es por ello que lanzo un llamado para que presente su renuncia hoy. Tiene hasta la noche para hacerlo”, sentenciaba el político tabasqueño. Ahora, los discursos son otros y la solución ofrecida desde el estrado mañanero consiste en acusar a los delincuentes con sus progenitores para que estos les den un jalón de orejas. De esa forma, en una referencia a la comedia de culto de 1980 protagonizada por Leslie Nielsen, aquí ya ni siquiera buscamos el paradero del piloto; los mexicanos nos preguntamos con desesperación: ¿y dónde están las abuelas? Ahí se los dejo para la reflexión.