Iván Garza García

Debemos reconocerlo, el arribo de la vacuna contra el COVID – 19 trajo consigo esperanzas renovadas, pero también expectativas de difícil complimiento. Después de una demora que parecía interminable, la llegada del antígeno permitió que tirios y troyanos compartiéramos la chabacana idea de que el fin de la pandemia se acercaba a pasos acelerados y, embriagados de optimismo, pensamos que pronto habríamos de volver a la vida que nos fue arrebatada por un pertinaz virus; sin embargo, la inmisericorde realidad asestó un tremendo golpe al rostro de la humanidad, dejando claro que la puerta de salida aún se encuentra lejana.

Pese a la dispersión de la vacuna, la tercera semana del mes de abril marcó un nuevo record de contagios en el mundo, registrando 5.2 millones de casos en tan solo siete días. La escalofriante cifra se produjo poco tiempo después de que la estadística señalara tres millones de muertes causadas por el bicho de moda. El escenario actual es alarmante (por decir lo menos); de acuerdo a las recientes declaraciones de Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la OMS, “se necesitaron nueve meses para llegar a un millón de muertes; cuatro meses para llegar a 2 millones y tres meses para llegar a tres millones de fallecimientos ”.

La India se ha convertido en uno de los países que más contagios y pérdidas humanas han aportado al padrón mundial. El país asiático contabiliza 300 mil casos de infección cada día, llegando al extremo de sumar más de 2 mil 800 decesos en tan solo 24 horas. Como era de esperarse, el sistema sanitario de aquella nación se ha visto rebasado. Durante las dos últimas semanas, los centros médicos se han quedado sin oxígeno y no se cuenta con camas disponibles en las unidades de cuidados intensivos. Al menos una veintena de pacientes que se encontraban en estado de gravedad, fallecieron en un hospital del Dheli el sábado pasado, luego de que se verificara un retraso en el suministro de insumos.

Como en casi todos los países del orbe, en la India también se echaron las campanas al vuelo de manera anticipada. A principios de marzo, el Primer Ministro Narendra Modi festinó  que la pandemia había sido dominada, al tiempo que ignoraba las advertencias sobre la inminencia de una nueva ola de contagios. Mientras tanto, el Ministro de Salud indio justificaba la decisión del gobierno de enviar materiales médicos a otros países; de hecho, las exportaciones del oxígeno producido en la India crecieron 734 por ciento en enero de 2021.  El negocio era rentable, pero las terribles consecuencias no se vieron venir.

Según los expertos, son tres los factores que incidieron para la conformación del  fenómeno que ha azotado al segundo país más poblado de la tierra. Por un lado, se ha informado sobre la existencia de una nueva variante del virus que contiene una doble mutación y que ha afectado precisamente el sur del continente asiático. Según los enterados, la variante identificada con el nombre de B.1.617 confiere al patógeno una mayor transmisibilidad y resistencia a la protección inmunitaria. Se dice que la referida mutación ya tiene presencia en al menos veinte naciones. Por otro lado, la puesta en marcha de las jornadas de inoculación produjo el relajamiento en las reglas de distanciamiento social. Así, las autoridades de aquel país permitieron concentraciones masivas en festivales tradicionales y se negaron a suspender las elecciones en el estado de Bengala Occidental. La conducta “triunfalista” contraída por el pueblo y gobierno de la India comenzó a cobrar la factura en fechas recientes. Por si fuera poco, el proceso de vacunación en el feudo de las vacas sagradas se ha desarrollado con sorprendente lentitud. Si bien, la India es uno de los países líderes en la producción del antígeno y cuenta con una vacuna desarrollada ahí mismo (Covaxin), la estrategia de inmunización apenas ha alcanzado al 10 por ciento de la población.

Aquí en confianza, la India vive momentos tremendamente complicados. Las aterradoras imágenes que han dado la vuelta al mundo muestran sin tapujos los cuerpos que se incineran al aire libre y en forma simultanea, ante el colapso de los crematorios. La experiencia de aquellos lares y de otras naciones más cercanas como Brasil, debe significar una severa llamada de atención frente a la conducta de laxitud que como humanidad hemos asumido. Las señales de alarma se encienden acá de este lado; no debemos perder de vista que en estas tierras del águila y la serpiente, como en la insulsa canción de Luis Fonsi, también se vacuna “despacito”. Ahí se los dejo para la reflexión.