Aquí en confianza: Día del padre a la mexicana

Iván Garza García

                                                                                          

Quienes me conocen saben de mi recurrente queja. Debemos reconocerlo y ser claros: al menos en nuestro país, la celebración del Día del padre revela un cierto grado de desigualdad con respecto a la fecha en la que se reconoce la encomiable labor de las mamás. Salvo la canción de la autoría de Pedro Damián, “Hoy tengo que decirte Papá”, misma que como sencillo formó parte del álbum debut de la muchas veces reencontrada Banda Timbiriche, no me viene a la mente ningún otro símbolo que - en la historia reciente - represente la festividad de marras.

 

Para nosotros no hay sensibles palabras, ni coloridos bailables; tampoco objetos artesanales elaborados con esmero por nuestros hijos (los portarretratos finamente decorados con sopa de coditos también cuentan). En algunas ocasiones somos invitados a justas deportivas disfrazadas de conmemoración; ahí, con el propósito de fortalecer la convivencia familiar, se nos somete a ejercicios forzados, gracias a los cuales, el infaltable padre atlético se convierte en el héroe del evento, mientras que el resto somos presas de la vergüenza pública. Así transcurre año con año el tercer domingo del mes de junio; pero el abrazo sincero de un hijo, ese que se convierte en el principal motivo de la lucha cotidiana, bien vale el esguince de tobillo provocado por la inhumana carrera de costales.   

 

Pese a lo antes relatado, el pasado no fue un Día del padre cualquiera. En la copa mundial de futbol, el seleccionado nacional comandado por el colombiano Juan Carlos Osorio, hizo lo impensable en su juego de presentación. Dicen los que saben que las principales casas de apuestas pagaban 88 a 12 a favor del combinado alemán, pero el vientecillo de la rosa de Guadalupe llegó hasta tierras moscovitas y se consolidó el milagro. Por primera vez en la historia, México ganaba a Alemania en un partido oficial y, con ello, el equipo verde nos tapaba la boca a los cientos de miles de compatriotas que no confiamos en que pudiera conseguirse la hazaña. Con un planteamiento táctico que rayó en la perfección, los aztecas neutralizaron a una de las mayores potencias futbolísticas del orbe. Era apenas el minuto 34 cuando un inspirado Hirving “Chucky” Lozano hacía vibrar la red de la portería teutona. Un solo gol (“unito” nada más, dijera mi entrañable amigo Fernando Magallanes), significó la alegría de todo un pueblo y la ilusión frente a futuros cotejos.

 

Si usted amable lectora (a mayores señas mi mamá) considera que utilizar este espacio para referirme al triunfo de México en un juego de fútbol es poco menos que banal, permítame decirle que no estoy de acuerdo. El sabor a victoria es un revulsivo de inimaginables efectos. Ante lo que muchos consideran una proeza, el ánimo colectivo se fortalece, mientras que la algarabía se contagia. La identidad nacional y el sentido de pertenencia se afianzan en gran medida, aunque tal reafirmación tenga como causa un simple juego de pelota. Es cierto, la realidad de nuestro país sigue siendo la misma, pero la bocanada de aire fresco transmite esperanza a una nación que está ávida de encontrarla en cualquier parte.  

 

Hace casi trece años, cuando este improvisado columnista bosquejaba las primeras piezas editoriales, publiqué el artículo “Dos de octubre no se olvida”. Entonces la epopeya deportiva fue otra. Precisamente ese día, pero del año 2005, la selección mexicana de futbol Sub 17 alzaba la Copa del Mundo, tras vencer a Brasil por un contundente marcador de tres por cero. Algunos de los protagonistas de aquella gesta pisan hoy las canchas rusas: Carlos Vela, Giovani dos Santos y Héctor Moreno. Al respecto, recuerdo haber escrito que aquel resultado no había sido producto de la casualidad, sino de la actitud positiva frente a los grandes retos.

 

Aquí en confianza, ¿cuándo aprenderemos los mexicanos que los verdaderos logros germinan en el terreno de la preparación, la capacidad y, sobre todo, la actitud?, ¿cuándo habremos de darnos cuenta de que el mentado “si se puede” debe darse por descontado? Igual en el entorno atlético, que en el ámbito cultural; lo mismo en el arte, que en el desarrollo científico ¡claro que se puede!