Iván Garza García 

Cuando tuvimos noticia sobre la aparición de un virus cuya tasa de mortalidad era reducida con respecto a su altísima morbilidad, el acontecimiento no resultó tan preocupante para muchos. La provincia china de Wuhan nos parecía tremendamente apartada de nuestros horizontes habituales y la transmisión del padecimiento producido por el tristemente célebre coronavirus fuera del continente asiático, se antojaba de posibilidades remotas. Nadie imaginó siquiera la catástrofe mundial que se avecinaba. Mientras tanto, los líderes de los países adoptaban conductas disímiles entre sí. Algunos asumían con responsabilidad el desafío que representaba plantar cara a una eventualidad sin precedentes en la historia reciente, otros – por el contrario – se lo tomaban a la ligera. Pero el bicho no distinguió entre aquellas naciones que se prepararon adecuadamente de las que no; el mal no reconoció límites territoriales ni formas de gobierno, como tampoco supo de status o clases sociales.

Tras la aparición de la enfermedad vino un prolongado aislamiento social. De pronto, nadie estaba completamente a salvo. El numero de contagios y muertes confirmadas continuó en aumento a vertiginosa velocidad y las dudas respecto a la disponibilidad y aplicación de las pruebas para la detección oportuna, no fueron disipadas por los encargados de la salud pública. Algunos afirmaron que el COVID-19 había sido disfrazado de neumonía atípica para mesurar la espeluznante estadística; sin importar la verdadera causa, las pérdidas humanas siguieron sumándose día con día y los protocolos de actuación frente a los decesos, comenzaron a ser insuficientes.

Las redes sociales fueron inundadas de información falsa o, al menos, de origen dudoso, al tiempo que sirvieron para acentuar la angustia entre la población. En México, un funcionario hasta entonces prácticamente desconocido se apoderaba de las cámaras y los micrófonos en un afán de ofrecer datos oficiales y recomendaciones sanitarias; se trataba de generar conciencia. Más tarde, el mismo servidor público se convertiría en el blanco de ácidas críticas en el marco de un escenario político perverso.

Las consecuencias económicas globales no se hicieron esperar. Las monedas emergentes sufrieron recurrentes descalabros; el precio internacional del petróleo rompió el fondo en su estrepitosa caída y su valor se colocó en cifras negativas; la pérdida de los puestos de trabajo es aún incalculable y miles de micro, pequeñas y medianas empresas dejaron de existir ante la imposibilidad de mantenerse a flote sin los apoyos que fueron solicitados por el sector empresarial en un grito desesperado.

Pese a todo lo anterior, más temprano que tarde habremos de volver a nuestra cotidianidad, pero indudablemente el mundo que nos aguarda no es ahora el mismo. La interacción social habrá cambiado radicalmente; las relaciones a distancia serán normalizadas y la ausencia de ciertas reglas en un saludo o una conversación  no será considerada un desaire. Las relaciones de trabajo pintarán una realidad distinta; quizá los “indispensables” ya no lo sean tanto. Asimilaremos que la productividad no se mide en horas de oficina y que las herramientas tecnológicas pueden ser igualmente efectivas para cumplir los propósitos laborales. La educación remota tendrá mayores alcances, al tiempo que las instituciones se reinventarán para competir a través de una oferta de calidad. El consumo por internet continuará su pronunciada curva ascendente, por lo que los comercios todos deberán diseñar los mecanismos para poner a disposición sus productos y servicios en la red. Las acciones gubernamentales sufrirán una profunda transformación; deberán privilegiarse la inversiones en salud, ciencia y desarrollo económico sostenible. Las legislaturas habrán de prever medidas frente a contingencias, mientras que la impartición de justicia deberá prepararse para romper enraizados paradigmas.

Aquí en confianza, la nueva normalidad se acerca a pasos agigantados. Tal vez, en ella, habremos de reconocer que las fronteras son solo líneas imaginarias y que la cooperación internacional es esencial para la conservación de la humanidad. Sabremos que la solidaridad tiene muchas facetas y que no hay apoyo insignificante cuando se trata de tender un puente a quien así lo requiere. Aprenderemos que el aire que respiramos es uno, lo mismo para los ricos que para los menos favorecidos. Pero  sobre todo, habremos de valorar el abrazo sincero y la mano franca de aquellos a quienes nos debemos. Es cierto, como humanidad regresaremos; de nosotros depende hacerlo fortalecidos. Ahí se los dejo para la reflexión.