Fernando de las Fuentes

Hay un poder superior: el arquetipo del creador. De lo contrario no podría ser imaginado ni nombrado. Hasta ahora es una idea, efectivamente. No podemos verlo ni tocarlo, pero sí sentirlo, y la manera en que lo hagamos determinará nuestra cercanía o nuestra lejanía de él, y con ello nuestra calidad de vida.

Llamémoslo con su nombre más conocido: Dios. Si es iracundo, le temeremos; si es amoroso, lo buscaremos; si es ambas cosas, seremos hipócritas, esconderemos nuestros defectos para que no nos castigue y cacarearemos nuestras virtudes para que nos premie, o definitivamente lo negaremos.

La mayoría de los seres humanos, estemos o no conscientes de ello, actuamos acordes a la idea de un creador dual, y entramos en conflicto con él. Por eso nos negamos a sentirlo en esa otra parte donde está siempre: nuestro cuerpo.

Muchos seres humanos han descubierto a su poder superior dentro de sí mismos, y su idea del creador ha cambiado radicalmente, pues han encontrado algo muy distinto a las descripciones religiosas, sobre todo aquellas que nos enseñan a temer a Dios.

Ese contacto es prácticamente indescriptible y absolutamente transformador. Lo primero que comprendemos es que lo más importante en la vida es la paz interior.

Pero casi nadie tiene a Dios presente, todos los días, en el cuerpo, no piensa que cuando disfruta la comida y el sexo con amor, permite que él lo haga también, que si mata se aleja de él y por tanto de sí mismo, que si se odia lo odia a él y que si envidia se siente completamente separado de él. La envidia es particularmente la emoción que más nos aleja del creador, porque nos hace creer que nos ama menos que a los demás.

Retornando al cuerpo, existe una idea que sería estupendo adoptar en occidente, ahora que vivimos en una era de destrucción y construcción acelerada de paradigmas, gracias al internet: Dios nos creó para experimentarse a sí mismo físicamente, en una dimensión de sensualidad: el ámbito material.

No es nueva. Los cabalistas la ilustran muy bien en su árbol de la vida: en Keter, la Corona, Dios se ha desdoblado para derramar su esencia hasta llegar a El Reino, la tercera dimensión.

A estas alturas, ya entenderá que es muchos menos importante saber quién es Dios en realidad, que conocer la idea que tenemos de él. Si bien la ciencia desacredita su existencia, es ella misma la que ha comprobado que lo que pensamos y sentimos determina no solo la calidad de nuestra vida en la famosa rueda del karma y el dharma, sino que modifica nuestras células y, con ello, nuestros cuerpos. La idea de Dios es Dios.

Si en lugar de avergonzarnos por nuestras funciones corporales primarias las concibiéramos como una forma de permitirle a Dios experimentarse, puesto que él está en cada molécula de nuestros cuerpos, habría por supuesto mucho menos desórdenes alimenticios, sexuales y en general psicológicos y conductuales.

Si en lugar de sentirnos mal porque no tenemos ni la cara ni el cuerpo que los estereotipos de nuestro tiempo pautan como belleza, nos aceptáramos y nos amáramos tal como somos, nos acercaríamos a ese amor de Dios que tanto deseamos todos.

Si tuviéramos la mayor parte del tiempo presente que Dios está en los cuerpos que se aman, en las manos que se estrechan, los abrazos francos y las carcajadas, nuestra vida cambiaría radicalmente. Siendo los portadores del creador, nos procuraríamos lo mejor, con respeto, placer divino y ternura, sin excesos. No usaríamos la risa par ofender a otros ni los golpes para someterlos.

Dice Deepak Chopra: “Si quieres cambiar tu cuerpo, cambia primero tu conciencia. Todo lo que te ocurre es resultado de cómo te ves a ti mismo”.

Si quieres cambiar tu conciencia, cambia tus paradigmas. Dios no está fuera de su creación. Es su creación.