Fernando de las Fuentes

“Amargura: ira que olvidó de dónde vino”

Alain de Botton

Bienvenidas las emociones, de cualquier tipo que sean y aunque asusten; sin ellas no habría impulso vital. El sentido de la vida no está en descubrir una misión, sino en saber qué estado emocional nos lleva a esa búsqueda. Generalmente es la insatisfacción.

Quien vive satisfecho en su presente no se pregunta a qué vino al mundo, ni qué le depara el futuro, ni por qué el pasado fue como fue. Y esto no quiere decir que viva despreocupado, pero sí confiado y haciendo lo que tiene que hacer, tomando responsabilidades y abandonando evasiones. Pero esta forma de vida se logra a través de los viajes que pensamiento, emoción e imagen deben realizar juntos al pasado, para darle una interpretación positiva a las experiencias, sobre todo las dolorosas, y elaborar a partir de ella una visión alegre del mundo.

Si usted considera que no es feliz, definitivamente eligió una visión negativa de la vida. Si por más que recurra a la filosofía, la espiritualidad, la sicoterapia o simplemente al sepelio de sus emociones, no encuentra satisfacción, es que no la está buscando, solo quiere la compensación que exige el rencor.

Si se irrita o se enoja con frecuencia es porque vive ofendido; hay una ira interna que ya extravió su origen, pero que requiere urgentemente ser desahogada cuando se vuelve insostenible, de manera que fabrica culpables para depositarla. Este mecanismo se vuelve la única forma de relación con la vida y con otras personas.

Hay un sufrimiento constante en este estado mental. A la ira y el rencor se suman tristeza, impotencia, frustración, comienzan las fobias, el aislamiento y la enfermedad física. Todo el conjunto se llama amargura.

Para mayor identificación, la gente amarga es la que se queja y reclama constantemente, siempre espera lo peor, se asume como la víctima en cualquier circunstancia, juzga y critica a otros frecuentemente, busca herir emocionalmente en el momento menos pensado, tiene una lengua afiladísima, discute por todo, lo suyo es echar pelito, su interés está por encima del de los demás, crea ambientes hostiles.

Y, claro, como es común, ya habrá usted pensado en un vecino, un compañero de trabajo, un miembro de la familia, etc. Muy bien, solo no se pierda de vista a sí mismo, por favor.

¿Que si hay una manera de cambiarlo? Definitivamente, todo en la vida no solo puede, tiene que cambiar, pero se empieza, ineludiblemente, por uno mismo. Para quienes se hayan identificado como amargos la solución está en reinterpretar su pasado. Eso lo cambia todo. Regrese en su memoria a los hechos dolorosos, con la voluntad de verlos de una manera diferente, de lo contrario solo reafirmará su negatividad. Muchas veces se requiere ayuda para ello; búsquela, no dude.

Dese cuenta de que en aquel momento no estaba preparado para afrontarlos sin resultar tan lastimado, pero ahora tiene la conciencia y la sabiduría necesarias para hacerlo. En este proceso habrá cosas difíciles que experimentar, como emociones fuertes y abrumadoras, y otras que aprender, como compasión, empatía, perdón. No se preocupe, en respuesta a su voluntad, el universo estará sincronizándose para proveerlo de lo necesario en el momento preciso. Siempre lo hace, para bien o para mal, eso depende de usted, así que aproveche conscientemente ese viaje sanador al pasado para ver cómo se obraron los milagros.

Vea que lo que le sucedió era exactamente lo que debía sucederle para que fuera quien es hoy, para que pudiera estar realizando esta proeza de transformación. Entonces se le revelarán las ventajas y hasta las bendiciones en aquello que lo hirió. Ese es el meollo de la espiritualidad: encontrar lo bueno de lo malo. Eso le resta dolor a lo pasado y le permite encontrar la llave de la felicidad: la gratitud.

Tratar con amargados es más fácil: el problema es de ellos, así que solo ponga límites.